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Argonáuticas 2.0

Detectivismo Literario

Instrucciones para colocar a una niñita en reposo

domingo, junio 24, 2007

Hay momentos en los que, por más vueltas que se le de, es preciso colocar a una niñita en reposo. A las tres de la mañana, por ejemplo. O en la tarde de un sábado de lluvia. Una tarde fría, con copos de neblina en la que todos en casa (incluida la niñita) llevan medias y miran por los ventanales con la parsimoniosa pereza de quien ve llover en Macondo. En tardes así, algunas veces, la única que no parece estar demasiado interesada en tomar la siesta es, precisamente, la misma niñita que es preciso colocar en reposo.

Allí, como en tantas cosas, nada es seguro. Siendo honestos, las niñitas no tienen por qué desear una siesta por más que uno quiera tomarla. Una niñita es, por naturaleza, un ser libre. Una persona diminuta, muchas veces de poco pelo, de ojos grandes, de sonrisa desdentada. O casi. A veces las niñitas no se interesan en reposar en lo absoluto sino, de manera enfática, preferirían conversar en su dialecto de puras consonantes, en una melodía de gritos sincopados, en un crepitar de notas musicales y manotones entusiastas.

Pero está dicho: a veces, por más vuelta que se le de, es preciso colocar a una niñita en reposo.

En tales casos, se sugiere proceder de la manera siguiente:

1. Una niñita, por mucho que no quiera ser colocada en reposo sentirá, por lo común, algún interés en ser abrazada. Ese acto puede ser considerado como el primer y decisivo paso de convicción para colocar finalmente a una niñita en reposo.

2. Hecho esto, el manual prescribe otra operación indirecta. Es preciso acariciar su cabello. Poco importa que sea, en realidad, apenas un diminuto pastizal de hebras color castaño, finas y discontinuas. Y que, en ciertos puntos, su cabeza redondeada deje ver uno que otro terreno baldío, como una muñeca de cabellos pegoteados. Una niñita, antes de ser colocada en reposo, por lo general apreciará el movimiento continuo de una mano en su cabeza, la monótona tranquilidad de quien recibe cariño. Son así y está muy bien que así sean.

3. De seguida (o simultáneamente, de hecho) conviene cantar una canción. Igual que en el caso del cabello aquí se opera, sobre todo, por un sentido general de la metáfora. Las niñitas son exigentes, pero no demasiado. Una niña próxima a ser colocada en reposo sabrá apreciar la ternura de una canción, el arrullo de una melodía privada aunque usted, naturalmente, no sea precisamente un tenor demasiado arrobado.

4. Hecho esto, entonces es preciso acunar cadenciosamente a la niñita que será colocada en reposo entre sus brazos. No hay mucho que decir que no sea esto: pequeña, frágil, una niña a punto de ser colocada en reposo apreciará ese detalle. Es allí, propiamente, que las acciones indirectas pueden prometer algún resultado.

5. Si se tiene suerte, si la niñita que será colocada en reposo accede a estas inocentes maniobras de convencimiento, será preciso que, cuando sus ojos comiencen a cerrarse, se le ubique un pequeño lugar junto al cuerpo de aquél o aquella que realiza la maniobra de colocar a la niñita en reposo.

6. Hecho esto, y aunque parezca obvio, entonces es preciso permitir que la niñita en reposo escoja la postura más cómoda. Nada más contrario al propósito de colocar a una niñita en reposo que encontrarse, irónicamente, en una postura que no propicie el reposo.

8. Si hay suerte, la niñita que ha sido colocada en reposo se dejará caer en ese vacío blando y vertiginoso que es el sueño leve, la siesta anhelada. Entonces será cuestión de mirarla dormir en ese intervalo maravilloso, variable, que puede fluctuar entre minutos u horas dependiendo de tantos factores complejos como complejo es el espíritu de la actual niña colocada en reposo.

9. Si se ha tenido suerte, si se han seguido estas precisas instrucciones, entonces sólo cabe una indicación final, tan importante como todas las anteriores: al mirarla dormir, al contemplar su forma redondeada, diminuta, perfecta en sus delicados detalles humanos piense que eso, precisamente, es una de las manifestaciones de la plenitud, que es allí donde está escondido el sentido de tantos milagros que usted ha buscado durante la vida entera. Piense, además, que una niñita que ha sido colocada en reposo lo hace cuando sabe, cuando siente que allá afuera, en ese objeto de imágenes vertiginosas que llamamos mundo, alguien la espera.

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 10:37 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Pigmalión & Galatea

sábado, junio 23, 2007

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 10:31 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Palabras en el aire

sábado, junio 16, 2007



Autor: Juan Manuel Castro Prieto
Imagen Vía:
Agence Vu.

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 10:00 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Los peligros del escritor (2)

- ¿Piensa que con "Internet" la literatura será un vasto juego sin fronteras?
- Yo no tengo la menor idea de lo que es el "Internet"... Yo creo que todo el mundo habla de lo que es el "Internet", y me preguntan "¿tienes Internet?", como antes se preguntaba...
-..."tienes teléfono"...
- ...Sí... o "¿tienes hambre?", o "¿tienes...?" A mí me parece un escándalo tan extraordinario... porque yo estoy completamente ajeno a él, yo no participo del Internet...
- Pues hay muchos artículos y muchos estudios sobre usted en Internet...
- ¿Sí...? Pero sin mi permiso...
- No suyos. Hablan de usted... Por aquí tengo alguno...--le muestro uno de los artículos que llevaba como documentación para la entrevista.
- Hay dibujitos y todo... espero que no sean obscenos... ¿Son mujeres quitándose las ropas? ¡Qué horror! --exclama con fingido escándalo.
- No. Es Cicerón dictando a su secretario... y aquí hablan de usted --Cabrera Infante examina con detenimiento el artículo.
-... Me ponen al lado de Cicerón...--exclama sorprendido.
- Sí, señor, y es de una Universidad de New Jersey, de una publicación de literatura...
- Voy a tener que comenzar a pensar en el Internet como algo positivo...
- Y había otros muchos artículos, pero no pude acceder a todos...
- ¿Y cómo tú sabías que había otros...?
- Porque cuando yo busco su nombre, me aparecen todos los documentos que hay en el mundo que alguien, gratuitamente, ha metido en la red sobre usted.
- ¡Qué bien!
- Yo, precisamente, le estoy haciendo esta entrevista para una revista...
-¿Para Internet...?
- Sí, para una revista de literatura... de la Universidad Complutense...
- Tú no me advertiste eso...
- Es una revista literaria...
- Pero lo de Internet...-dice haciendo vibrar fuertemente la erre.
- Le entra la paranoia... -apunta alguien a mi alrededor.
- No, no... no me entra la paranoia --se defiende él--, pero no creo que mi madre me criara a mí para terminar en el Internet... --todos nos reímos.


Entrevista a G. Cabrera Infante vía: La música de las palabras.
Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 9:35 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Estilo

martes, junio 05, 2007


Estaba lejos de ser, para mis males, el tema que más pudiese preocuparme en estos días; pero, aún así, de tanto en tanto (atrapado en una tranca, mirando el atardecer desde el balcón, iluminado por la pálida de luz de la mesa de noche, en fin, existiendo) me sobrevenía una curiosidad vagamente impersonal sobre cuál podría ser la próxima entrada para estas Argonáuticas.

El problema, me parece, implicaba un problema de estilo. O mejor: una diminuta y a su manera fascinante incógnita literaria.

Era la siguiente: después de pasarme unos cuantos días ocupado en aceitar ese experimento documental que es La Gramática de las Neolenguas, donde llevo dicho al menos una parte de lo que al menos a mí me interesa decir en esta mala película mexicana que vamos siendo. Después de mirar unas cuantas veces la imagen que antecede este post. Después de realizar una llamada telefónica a un hotel que no conozco y cuya recepcionista comenzó a explicarme con una exaltación algo desquiciada la cantidad de tanquetas militares que, justo a esa hora, pasaban frente a la puerta de vidrio. Después de mirar el rostro más hermoso que he visto en mi vida: el rostro redondeado de mi hija de casi ocho meses, inquieta por los sonidos de la calle, por las conversaciones que escucha junto al teléfono, por la misma inquietud de esa otra belleza de ojos grandes que es su mamá. Después de gastar una que otra hora enviando correos electrónicos sobre el país a un montón de personas que están lejos, la sola idea de lanzar un post sobre casi cualquier diletantismo literario me parecía (no deja de parecerme) poco menos que un gesto análogo a la socorrida imagen de un músico que toca el violín en la cubierta de un barco que, para decir la verdad, no queda más remedio que admitir que se hunde con dramática pereza desde popa. O peor: una ocupación casi tan melancólica como ponerme a contemplar las maripositas y las pimpinitas de colores que podría sugerir el programa vagamente ochentoso del supuesto encuentro mundial de la poesía bolivariana, o como sea que pueda llamarse ese acto de provincianismo global que ocurrió sin pena ni gloria la semana anterior.

Podrá ser, de pronto, un simple reflejo condicionado de amor por la literatura, una fascinación inmoderada por la simetría, el sentido de la secuencia, el aletazo de lo armónico, pero cuando la imagen que antecede a este post implica el dramatismo de dos estudiantes universitarios a punto de recibir un poquito de democracia protagónica, cuando la última protesta estudiantil de la semana pasada casi fue persuadida a palos por los facis de combattimento bolivarianos, la sola posibilidad de lanzarme a hablar sobre la maravilla que es la versión anotada del Lolita de Nabokov que me acaba de llegar hace un par de meses me parece de una discontinuidad estética que, por decir lo menos, al menos a mí me resulta escandalosa. Es como si uno terminase de leer un capítulo del Paradiso de Lezama Lima y, al pasar la página, de pronto se encontrase con un manual de instrucciones para instalar tendederos plegables.

Podía, naturalmente, hacer un update sobre esto que vamos siendo, sobre esta dificultad para rechazar con serena autonomía la idea que un país tiene que vestirse de verde oliva y seguir con mansa estupefacción los reaños y la mala leche de un caudillo obeso, parlanchín y fastidioso: pero eso es, precisamente, lo que estoy haciendo en La Gramática de las Neolenguas, ¿para qué hacerlo aquí también en el mismo registro? El caso es que, sencillamente, me parecía que debía existir un modo más interesante de hacerlo.

Estaba en eso, gastando el rato en dar vueltas entre un lado y otro, cuando esta noche, de pronto me encontré con un post de Iria Puyosa desde Rulemanes para Telémaco.

Al leerlo, comprendí que era justo así como debía haber pensado que debía continuar con estas Argonáuticas.

Recordé, además, aquella hermosa idea que en su momento dejó escrita Italo Calvino: hay ciertas cosas que sólo pueden ser dichas desde la literatura, con el lenguaje, con la forma de conocer que esconde la literatura.

El post al que me refiero es esta maravilla:

Una mañana, tras un sueño intranquilo, I. P. se despertó en un cuerpo con algo de sobrepeso, pero claramente un cuerpo de mujer, no del todo repugnante. Fue al baño a realizar la rutina de higiene, lavarse los ojos, orinar, cepillarse los dientes. Fue a la cocina, tomó agua, se sirvió café. Regresó al cuarto, todavía persona con sueño, tomó el libro Teoría de la acción comunicativa, que quería releer y se dirigió a su pequeño escritorio. Encendió la radio para buscar música que sirviera de fondo a la lectura y al café. En la primera emisora que se sintonizó en la radio, mencionaban el nombre de una persona a quien I. P. había conocido casi 20 años atrás, un profesor de periodismo, ahora diputado. Quien hablaba, parecía ser un periodista u otro profesor universitario (quizás ambas cosas) y fue mientras lo escuchaba que I. P. se convirtió en un monstruoso insecto, un bicho repugnante sin ética.

—¿Qué me ha sucedido?-se preguntó, mientras en la radio seguían hablando de la misión Boves.

En ese mismo momento, otras 300 mil personas sufrían la misma inusitada metamorfosis. Algunos mientras dormían, otros mientras iban en la cola, otros mientras estaban en clase. Algunos mientras hablaban en la radio.


Imagen vía: Fauna Africana.

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 11:04 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |