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Argonáuticas 2.0

Detectivismo Literario

Oficio de Lectores visto por su primer editor

martes, septiembre 29, 2009

Es una historia que ya he contado antes pero que siempre me gusta volver a contar, como quien deshoja los pétalos de una flor binaria: Oficio de Lectores, libro que el jurado del Premio Transgenérico del 2008 de la Fundación para la Cultura Urbana tuvo la amabilidad de escoger como libro ganador de ese año, nació, en parte, bajo la amabilidad editorial de Daniel Pratt, ex-editor y ahora por lo visto, felizmente neoeditor de la revista digital panfletonegro.

La cosa ocurrió así: una tarde de marzo de 2002 (ese año cruel), Pratt y yo nos tomábamos un destornillador en la amplia terraza del Edificio Imperio (un lugar inmenso, con un piso que imitaba el verde imposible de las canchas de tennis y donde, de tanto en tanto, mi amigo y entonces roommate Ryan Revoredo y yo montábamos fiestas memorables que casi siempre incluían partidos de football), cuando de pronto se me ocurrió proponerle una sección para ese cadilac maravilloso que entonces era la edición mensual de panfletonegro.

La idea era realizar una sección regular. La idea era, además, que esa colaboración tuviese que recurrir a un reto para cada ejecución. A mí se me ocurrió que una forma interesante de ejecutar ese reto era trazando una apuesta privada: ser escritos en un estado de tedio. No siempre cumplí esa condición que era, después de todo, apenas un gesto de rebeldía contra la literatura fácil, el panfleto ramplón y el efectismo de los malos amores. Lo que sí hice fue enviar sin falta un número aproximado de 44 tedios, justo hasta abril del año 2006, más las colaboraciones de mis amigos Edison Barrios, Luis Nouel, Orlando Verde y el mismo Daniel Pratt, quienes en algún momento aceptaron participar en la sección. Varios años después, en 2008, ordenando mis archivos, volví a toparme con ellos, los releí con el gusto y la nostalgia de quien sabe que lee algo de una época que no volverá. Descubrí, además, que muchos de esos textos compartían manías y exploraciones que luego yo mismo había continuado experimentando una vez que decidí terminar la columna en páginas privadas y públicas. Descubrí, también, que al poner juntos todos esos textos de pronto aparecía un manuscrito que le hacía justicia a ciertos temas a los cuales le quería hacer justicia: básicamente a la idea del detectivimos literario y las especulaciones narrativas.

Animado por ese hallazgo caso imprevisto, trabajé en los meses siguientes en la composición del manuscrito, la elaboración de un sistema de citas más exacto, la edición de textos, la supresión e incorporación de otros tantos, hasta que por fin lo agrupé todo en un manuscrito de anillado negro y carátula color naranja.

Ese es el origen de Oficio de Lectores y es por eso que se trata de un libro que, sin recurrir a elipses demasiado arriesgadas, puede decirse que existió porque en algún momento existió internet, luego a Daniel Pratt se le ocurrió la idea de inventar una página llamada panfletonegro y, posteriormente, a Daniel y a mí se nos ocurrió ser amigos y conversar en la terraza imposible de un edificio caraqueño sobre una sección mensual.

Hace unos días, Daniel escribió una bella nota sobre el libro que, siendo absolutamente honestos, agradezco inmensamente más que cualquier otra nota, pues fue escrita por alguien que conoció de cerca el proceso de construcción del libro, de forma tal que logra apuntar justo a los lugares exactos de su construcción: a la velocidad y la levedad que esconde como reto, al hecho incontrovertible de que, después de todo, se trata de textos digitales y, por ello, responden a un esquema preciso de tono y estilo. La nota se puede leer justo aquí. Esta página también hace un link metafórico con mi agradecimiento y deuda con ese remoto primer editor que fue Daniel Pratt.

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 10:32 a. m. | Enlaces | 3 comentarios |

Oficio de Lectores: la mirada de su primer editor

OFICIO DE LECTORES - PEDRO ENRIQUE RODRÍGUEZ
Escrito por: Daniel Pratt en Septiembre 17, 2009 – 2:31 am

Oficio de lectores: textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas
-Pedro Enrique Rodríguez
Ganador del Concurso Anual Transgenérico 2008, de la Fundación para la Cultura Urbana.

En “Los libros en mi vida“, Henry Miller comparte las razones que esconde su biblioteca personal. Un recorrido que va de lo mundano a lo místico y de la pobreza del 14vo Distrito a la abundancia de una pared forrada de libros en Big Sur.

Siempre he pensado que ese libro es el testimonio de un recipiente a punto de vaciarse, la obra de alguien que ha dicho todo lo que tenía que decir sobre el mundo, y lo que queda es un agradecimiento.

Mientras estaba en el bautizo de Oficio de lectores, acto hermoso que, por lo metatextual, se me antoja que forma parte del libro, comencé a pensar que “Los libros en mi vida” era un buen final, pero también hubiese resultado un buen comienzo. Una especie de carta de presentación, manual de usuario, curriculum de autor, o de lector. Una posibilidad tan real que no se me escapa la idea de que Pedro Rodríguez haya convertido a Oficio de lectores en su primer libro por esa razón.

Con textos cuya longitud rara vez excede las tres cuartillas, Pedro ejecuta el acto íntimo de comparar el contenido de su biblioteca con algunas facetas de la realidad. Así, construye un libro con la fascinación de alguien que entiende el mundo desde la literatura, un investigador arrebatado para el cual los fragmentos leídos, grabados en la memoria, forman una piedra de Rosetta para descifrar las variantes de lo cotidiano.

Una conversación telefónica con su padre, la enumeración fantástica que desata la mirada de A., la rabia pasiva, silente, ante los embates de una burocracia demoledora, las sorpresivas connotaciones del Oficio de la familia, ese “Apenas me gusta componer enigmas con soluciones elegantes”, de Nabokov, la versión de Autopista del sur que muta en un desmontaje de la exaltación que hacemos del horror todos los habitantes de metrópolis fallidas, y uno que otro juego privado, arman un cuerpo de reflexiones, ensayos y cuentos salpicados con citas de gigantes. Textos cortos que delatan su propósito original: ser leídos en la pantalla de un computador, durante la era del déficit de atención. Y es que el principal mérito de Oficio de lectores es que su autor aplica con rigurosidad las propuestas de levedad y rapidez de Calvino, y nos conduce a reflexiones profundas sobre la ciudad, o los juegos literarios, en mil palabras o menos.

Instrucciones para colocar a una niñita en reposo, un checklist cortazariano y mi pasaje favorito tiene, como todo texto breve y grande, la posibilidad de convertirse en un post de blog, un exitoso meme de Internet, o permanecer en una biblioteca los años necesarios para que la niñita del texto aprenda, de la mano de su padre, los pasos que hay que seguir para poner a su propia niñita en reposo.

Todo esto producto del tedio. Si hay algo que aprender o recordar de Oficio de lectores es esa advertencia urgente que hace Pedro, un apunte con aspiraciones de ars vitae, una frase que lamento no haber encontrado antes, en ese universo paralelo en el que no fui testigo de la creación de estos textos y las certezas de Pedro Rodríguez ya estaban inscritas en la memoria externa que compartimos los amigos:

Nota mental: estar atento al detalle, siempre. Estar atento al tedio. Todo tedio es el pálido latido de un futuro ardor. El tedio es la inminencia de toda literatura.


Argonáuticas (blog de Pedro Rodríguez)

Puntos de venta

Texto vía: Panfletonegro

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 7:53 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Shop suey: coming soon

lunes, septiembre 28, 2009

Leo, vía Moleskine Literario, un listado de 25 lectores a quienes la gente de The Guardian, fanática de las listas, encargó escoger la obra más influyente de la literatura universal de los últimos 25 años. Esta es la lista:

Aminatta Forna: The Famished Road by Ben Okri
Amit Chaudhuri: Collected Poems by Elizabeth Bishop
Bernardine Evaristo: Staying Power: The History of Black People in Britain by Peter Fryer
Beverley Naidoo: Roll of Thunder, Hear My Cry by Mildred D Taylor
Blake Morrison: The Stories of Raymond Carver by Raymond Carver
Brian Chikwava: The Savage Detectives by Roberto Bolaño
Chika Unigwe: One Hundred Years of Solitude by Gabriel García Márquez
Daljit Nagra: North by Seamus Heaney
David Dabydeen: A House for Mr Biswas by VS Naipaul
Elaine Feinstein: Birthday Letters by Ted Hughes
Fred D'Aguiar: Palace of the Peacock by Wilson Harris
Hirsh Sawhney: River of Fire by Quarratulain Hyder
Indra Sinha: Lolita by Vladimir Nabokov
John Haynes: Philosophical Investigations by Ludwig Wittgenstein
Lesley Lokko: Midnight's Children by Salman Rushdie
Maggie Gee: Disgrace by JM Coetzee
Marina Warner: Dreams from My Father by Barack Obama
Maya Jaggi: The English Patient by Michael Ondaatje
Michael Horovitz: Collected Poems by Allen Ginsberg
Minoli Salgado: Anil's Ghost by Michael Ondaatje
Nii Parkes: One Hundred Years of Solitude by Gabriel García Márquez
Roger Robinson: Sula by Toni Morrison
Sujata Bhatt: One Hundred Years of Solitude by Gabriel García Márquez
Sukhdev Sandhu: The Private Life of Chairman Mao by Dr Li Zhisui
Tabish Khair: The Satanic Verses by Salman Rushdie

Más allá del hecho de por sí estadísticamente superficial de que la única que repite es Cien años de soledad (así como empata Salman Rushdie, como autor de dos de los títulos), más allá de los chistes más o menos obvios --por ejemplo: que si Birthday Letters, de Ted Hughes es la obra más influyente de los últimos cinco lustros, pues entonces deben cuidarse mucho las lectoras de Hughes, no vaya a ser que la epidemia de suicidos maritales que le acompañó en vida se trasmute a las mujeres que sigan sus páginas en diferido. O esto: que el criterio de 25 años que decidieron usar algunos de los árbitros es, por lo menos, bastante flexible. Lolita, novela que no dudaría en colocar como influyentísima de toda la literatura, se escribió mucho antes, cosa que también se podría decir de las investigaciones filosóficas de Wittgenstein, por sólo mencionar una dudosa influencia literaria--.

Un post de the Literary Saloon viene a poner al menos parte de las cosas en su lugar. Dice así:

One Hundred Years of Solitude is certainly tremendously influential -- but has been around (influencing, presumably) for considerably more than a quarter of a century (and probably had its greatest impact pre 1984). But others named older titles -- Sinha picked Vladimir Nabokov's Lolita, for example.

Looking strictly at the last quarter of a century (in terms of influence, not when the book was written), I'd have to vote for Salman Rushdie's Midnight's Children (remember: the question is which book most shaped world literature -- not: which book most shaped world literature in a positive way (it's a very fine novel, but its influence has been pernicious)).

Más allá de todas esas cosas que no son otra cosa que comentarios plausibles ante un listado vagamente estúpido, lo más desconcertante, más terrible, es la suposición ramplona y autogratificatoria de pensar que la literatura de los últimos 25 años pueda resolverse por lo que piensa un cierto número de lectores de lengua inglesa.

Es triste (por no decir aburrido) que a medida que avanzamos más y más en las posibilidades de compartir nuestras visiones del mundo, sea cada vez más obvio el hecho de que las mayorías corporativas (no sólo del dinero, sino también del conocimiento) terminan por sugerir una versión más o menos complaciente y cristalizada del mundo.

Aunque pueda sonar un poco paranoide, un poco como un guión recalentado de la teoría del complot, ¿cuántos se atreverían a apostar a que, en 50 años, ese mismo listado estará escrito en mandarín?

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 2:28 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |

A Gate at the Stairs

viernes, septiembre 04, 2009


Lorrie Moore tiene nuevo libro. Se titula A Gate at the Stairs. Comienza así:

The cold came late that fall and the songbirds were caught off guard. By the time the snow and wind began in earnest, too many had been suckered into staying, and instead of flying south, instead of already having flown south, they were huddled in people's yards, their feathers puffed for some modicum of warmth. I was looking for a job. I was a student and needed babysitting work, and so I would walk from interview to interview in these attractive but wintry neighborhoods, the eerie multitudes of robins pecking at the frozen ground, dun-gray and stricken — though what bird in the best of circumstances does not look a little stricken — until at last, late in my search, at the end of a week, startlingly, the birds had disappeared. I did not want to think about what had happened to them. Or rather, that is an expression — of politeness, a false promise of delicacy — for in fact I wondered about them all the time: imagining them dead, in stunning heaps, in some killing cornfield outside of town, or dropped from the sky in twos and threes, for miles down along the Illinois state line.

Pulsando aquí, puede terminar de leerse el primer capítulo publicado el 28 de Agosoto en The New York Times.

Imagen vía: Moleskine Literario.

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 7:03 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |