Anticipo de tigres
jueves, mayo 04, 2006
Putiferio in casa de Diana Dors
"El domingo en la noche estaba leyendo en L´Europeo un artículo firmado por Gondolfiero Lasagna en que relataba las pequeñas aventuras díscolas de Diana Dors y Rod Steiger en su casa de Roma, y que se llamaba (el artículo, no la casa de Diana) como el epígrafe, cuando pensé que estaba demasiado metido en el cine --por el día buscando a Caín entre las sombras, por la noche escribiendo notas, corrigiendo galeras: ocupándome del libre de Caín-- y que mi percepción empezaba a no poder distinguir cuándo veía una película que se parecía a la vida y cuándo miraba a la vida parecerse a una película. Decidí cambiarde lecturas, dejar a Diana en su putiferio (que en italiano quiere decir lío y no lo que tú, Ramón Novarro, te imaginas, ni tampoco lo que creían ustedes, Hermanos Barrymore; y si insisten en mirar con esos ojos lascivos, os prometo que os coseré a cuchilladas. Y digan, además, que Aleppo una vez...) y ocuparme a lecturas más serias. Había comprado dos o tres libros capitales o me había gastado un capital en dos o tres libros comprados, no sé. Pero entre ellos había algunos dedicados a la física, a la metafísica, a la ´patafísica --por favor, la palabra con un apóstrofe delante, para evitar chacotas-- con títulos que prometían el regalo del espíritu: Manual del buen plomero, por Manuel de Falla (una edición pirata chilena del mismo libro tiene una doble errata en la portada: Manuel del buen plomero, por Manual de Falla); El libro del té, por Jeremy Lipton; Rumores del hormigón, por Thomas de Quinvey (sin parentesco con el autor inglés del mismo nombre: se trata, evidentemente, de una casualidad); Oiga a Arnold Schoenberg a 120 kph, por Mercedes Benz; Diccionario Bilingüe español ilustrado, por Alicio Garcitoral; ¿Murió Adolf Hitler?, por John Birch; ¿Qué es el realismo sexualista? por D.A. Sade; Mis aventuras metafísicas, por A. M. Zhdanov; Fabrique una bomba H en el patio de su casa, por Lord Bertrand Russell; Una lesbiana en Lesbos, por Francis L. Spellman, y --last but not lest-- Dejad que los niños, por John Gielgud. Como ocurre a veces, ante tal cosecha de títulos sobreviene la parálisis selectiva, luego el coma, los estertores y finalmente la muerte: el lector queda como el asno de Buridán: el heno y el agua son su doble suplicio. Sumido en mis dudas estaba, pensando qué libro llevarme a la cama, luego cargando con más de un raro y curioso volumen de leyendas olvidadas, cuando sonó el teléfono [...]"
Guillermo Cabrera Infante. En: Un oficio del siglo XX.
"El domingo en la noche estaba leyendo en L´Europeo un artículo firmado por Gondolfiero Lasagna en que relataba las pequeñas aventuras díscolas de Diana Dors y Rod Steiger en su casa de Roma, y que se llamaba (el artículo, no la casa de Diana) como el epígrafe, cuando pensé que estaba demasiado metido en el cine --por el día buscando a Caín entre las sombras, por la noche escribiendo notas, corrigiendo galeras: ocupándome del libre de Caín-- y que mi percepción empezaba a no poder distinguir cuándo veía una película que se parecía a la vida y cuándo miraba a la vida parecerse a una película. Decidí cambiarde lecturas, dejar a Diana en su putiferio (que en italiano quiere decir lío y no lo que tú, Ramón Novarro, te imaginas, ni tampoco lo que creían ustedes, Hermanos Barrymore; y si insisten en mirar con esos ojos lascivos, os prometo que os coseré a cuchilladas. Y digan, además, que Aleppo una vez...) y ocuparme a lecturas más serias. Había comprado dos o tres libros capitales o me había gastado un capital en dos o tres libros comprados, no sé. Pero entre ellos había algunos dedicados a la física, a la metafísica, a la ´patafísica --por favor, la palabra con un apóstrofe delante, para evitar chacotas-- con títulos que prometían el regalo del espíritu: Manual del buen plomero, por Manuel de Falla (una edición pirata chilena del mismo libro tiene una doble errata en la portada: Manuel del buen plomero, por Manual de Falla); El libro del té, por Jeremy Lipton; Rumores del hormigón, por Thomas de Quinvey (sin parentesco con el autor inglés del mismo nombre: se trata, evidentemente, de una casualidad); Oiga a Arnold Schoenberg a 120 kph, por Mercedes Benz; Diccionario Bilingüe español ilustrado, por Alicio Garcitoral; ¿Murió Adolf Hitler?, por John Birch; ¿Qué es el realismo sexualista? por D.A. Sade; Mis aventuras metafísicas, por A. M. Zhdanov; Fabrique una bomba H en el patio de su casa, por Lord Bertrand Russell; Una lesbiana en Lesbos, por Francis L. Spellman, y --last but not lest-- Dejad que los niños, por John Gielgud. Como ocurre a veces, ante tal cosecha de títulos sobreviene la parálisis selectiva, luego el coma, los estertores y finalmente la muerte: el lector queda como el asno de Buridán: el heno y el agua son su doble suplicio. Sumido en mis dudas estaba, pensando qué libro llevarme a la cama, luego cargando con más de un raro y curioso volumen de leyendas olvidadas, cuando sonó el teléfono [...]"
Guillermo Cabrera Infante. En: Un oficio del siglo XX.
Etiquetas: La literatura está en todas partes