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Argonáuticas 2.0

Detectivismo Literario

Ciertos dilemas de la conversación

domingo, septiembre 30, 2007



If you talk to God, you are praying; If God talks to you, you have schizophrenia.

En: Thomas S. Szasz, The Second Sin, Anchor/Doubleday, Garden City, NY. 1973, Page 113.
Vía:
szasz.com
Imagen vía: mamiya.com

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 11:44 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Tombosentimental

lunes, septiembre 24, 2007


Estoy en una autopista de Caracas en mitad de un extraño fenómeno atmosférico que consiste en no tener ningún carro a la vista. Acelero a fondo y me siento un poco como un corredor en un juego de Grand Prix cuando, entonces, suena el celular. El chirrido de la melodía de repique se sincroniza con el movimiento del acelerador. En un instante me convierto en un hombre que va rápido y duro y que, al mismo tiempo, maneja sin tener demasiado en cuanta la vía de circulación. Un conductor bárbaro, insensato, ajustado al hábitat de la ciudad. Tanteo entre la palanca de cambios, el asiento del acompañante, libros, carpetas, dos morrales de mano y, al fin, doy con la vibración del teléfono. Al sumergirme en la secuencia de la conversación, (millones de pequeños objetos transparentes que flotan en el aire de una ciudad desolada, entre radiaciones de microondas y chirridos de viejos fuelles marchitos: el aporte de los antiguos experimentos de radio al sentido de la magia), acabo por cometer un error decisivo: no alcanzo a evaluar si debo continuar por la autopista principal o tomar un desvío por el distribuidor que, a esa hora del sol, se levanta como uno de los polvorientos monumentos de ese curioso episodio de neomitificación patria: la dictadura de ese otro gordito retorcido que fue Pérez Jiménez. Con un golpe de volante (The Bourne Insanity) me lanzo a mano derecha y me decido por el distribuidor. Arriba, en lo alto, descubro que era la decisión equivocada. Mala suerte. La distancia que separa ese ramal de la autopista de la boca negra y abierta de un túnel es, sin rodeos, una playa congestionada de objetos rectangulares y quietos.

Termino la conversación telefónica justo en el momento en que descubro que una grúa sin rotulación (un instante después descubro, además, que sin placas) decide lanzarse al canal de circulación por el que avanzo lenta, muy lentamente. Pienso que se trata de un tipo con serias dificultades para hacer coincidir la ubicación espacial con el sentido común. Aún así, me detengo por completo y observo con cierto desgano el modo como pasa a pocos centímetros del flanco derecho de mi carro.

Entonces descubro otro detalle: en la conexión paralela a la que me encuentro, (tan congestionada como la mía), está detenida una carroza fúnebre escoltada por motorizados, carros descascarados, una pick-up chocada repleta de lo que, al parecer, son deudos. Lo que queda claro es que de ese otro lado de la vía se la están pasando mejor. Algunos hombres jóvenes, vestidos con franelas de los Medias Blancas de Chicago, acribillan el tedio pasándose una pelota de basketball por encima de los techos de los carros estacionados. Otros, se contentan con dejar caer escupitajos desde el lugar en el que deberían estar las barandas de aluminio que, en algún momento, un chatarrero se robó a favor de ese lucrativo negocio nacional que es el reciclaje. Me parece notar que en la pick-up chocada alguien destapa una cerveza con una visible actitud de alegría. Más atrás, el conductor de un jeep que, presumo, viene en la misma caravana hace amagos por subir y bajar el volumen a una canción de reggaeton que logra traspasar los vidrios de mi carro. En la ciudad del plomo y el cuchillo, cada quien se inventa sus propias ficciones para combatir el horror de la muerte, pienso yo, en silencio, al tiempo que ajusto el aire acondicionado a una temperatura más benévola y en mi reproductor suena una canción de los Rolling Stone.

Por un instante, insonorizado por el sonido del aire acondicionado de mi carro, por el sonido de las guitarras de los Stone, por la imagen remota de un lugar lejano, soy consciente de la desquiciada irrealidad que significa vivir en Caracas. Entonces, ocurre algo que se sintoniza de un modo sencillo con el calor, el sol quemante, la cola que se ha formado en un lugar desde el que es posible ver, muy cerca, las ventanas de unos edificios, una intimidad asfixiante construida con noches de televisión nacional, colonias de imitación, el sueño de un algo que nunca se sabe precisar del todo y que, en el fondo, no importa demasiado pues nunca llega. Pasa así: la cola avanza. Unos motorizados que acompañan el cortejo fúnebre deciden que es una buena idea obstaculizar nuestro canal de circulación para que pase la carroza (una versión malandreada de la antigua solemnidad de las pompas fúnebres). En ese momento, dos guardias nacionales bajan de la grúa sin placas, uno de ellos desenfunda con total serenidad una pistola 9mm, la carga y camina con su pistola en alto hasta el lugar donde los motorizados han construido su barrera de honor. En un mundo ideal, un arma debe ser desenfundada ante una amenaza concreta, ante un episodio que active, en cierta forma, nuestra antigua herencia de cazadores de presa, de nómadas alertas. Considerando que los tiros se escapan, considerando que un disparo puede matar a alguien para siempre, en realidad la idea de la prudencia por parte de los tombos militares luce como algo en lo que uno quisiera creer. Este no es el caso. Está claro que no es un operativo policial, ni un gesto por defender un orden público que no existe: es apenas la corroboración de quién tiene más poder, más derecho de circulación, mejores condiciones prácticas para hacer valer ese derecho. Es triste, pero los tombos suelen ser sujetos susceptibles. A su manera, este no es más que otro acto de sentimentalismo. Un episodio tombosentimental. Miro al resto de los conductores: todos siguen el episodio con la misma parsimonia de quien ve llover de tarde. No hay sorpresa, no hay emoción, no hay miedo. Todos comprenden: esto es lo que hay. Apenas si existe un vago sentido de tragedia diaria, un fastidio demasiado extenso, una indolencia que nace de la propia desesperaza. La misma blanda resignación de quien hace cola, desde hace años, en un extenso pasillo más allá de la vida, sabiendo que lo que le espera en ningún caso podría ser ese exceso de optimismo que algunos, (por motivos cínicos o religiosos), gustan llamar el paraiso.


Imagen Vía:
celesteolalquiaga.com

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 12:37 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

La ingenuidad de las viejas bibliotecas

sábado, septiembre 22, 2007

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 10:31 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Rejected!

miércoles, septiembre 19, 2007



Una de las distribuciones automáticas de artículos vía email del New York Times de septiembre trae una historia interesante firmada por David Oshinsky. Se titula: No Thanks, Mr. Nabokov.

Comienza así:

In the summer of 1950, Alfred A. Knopf Inc. turned down the English-language rights to a Dutch manuscript after receiving a particularly harsh reader’s report. The work was “very dull,” the reader insisted, “a dreary record of typical family bickering, petty annoyances and adolescent emotions.” Sales would be small because the main characters were neither familiar to Americans nor especially appealing. “Even if the work had come to light five years ago, when the subject was timely,” the reader wrote, “I don’t see that there would have been a chance for it.”

Knopf wasn’t alone. “The Diary of a Young Girl,” by Anne Frank, would be rejected by 15 others before Doubleday published it in 1952. More than 30 million copies are currently in print, making it one of the best-selling books in history.


No sé en qué cielo podrán estar los lectores que afrontaron el Diario de Anna Frank, después de morir de vergüenza. Pero es evidente que no podrían estarlo jamás en el de los buenos negocios de la literatura. 30 millones de copia para un libro "very dull" es, en realidad, una situación que lleva a pensar que algunos sujetos debieron haber cometiendo un grave error o estaban excesivamente intoxicados como para juntar sílabas.

Se trata, después de todo, de una discusión imposible (¿cómo demonios saber si una obra será un clásico si todavía no existe su aportación para, precisamente, definir su propio peso dentro de los baremos de un clásico?); de todas formas, la cantidad de errores de lectura que reporta el artículo de Oshinsky recopilados de la revisión del Knopf archive housed in the Harry Ransom Humanities Research Center, en la Universidad de Texas, resulta casi hilarante, si no fuese tan patética. Contarlo es algo que, por pura venganza poética, sus perpetradores se tienen merecido. Algunos ejemplos.

Sobre el Animal Farm de George Orwell: "impossible to sell animal stories in the U.S.A".

Otro, sobre la obra de Jorge Luis Borges: "utterly untranslatable".

O este, referente a las posibilidades comerciales de Anaïs Nin: "There is no commercial advantage in acquiring her, and, in my opinion, no artistic".

Esta pieza de análisis del talento, sobre Sylvia Plath: "There certainly isn’t enough genuine talent for us to take notice".

Si se prefiere, esta lectura de cínica ramplonería sobre Jack Kerouac: "His frenetic and scrambling prose perfectly express the feverish travels of the Beat Generation. But is that enough? I don’t think so".

O esta observación púdica y conservadora sobre el Lolita de Nabokov: "too racy".

Incluso, esta triste adjetivación sobre el Giovanni’s Room de James Baldwin: "hopelessly bad".

La lista, como tantas otras episodios de barbaridad, podría seguir un largo recorrido en la historia universal del despiste. Por ahora, debería bastar con añadir un post-it fosforescente al estante de la superficialidad donde medra la cortés ingenuidad de un no, gracias.

Texto Vía: The New York Times: Sunday Books Review

Imagen vía:
Byron McMahon Gallery
Autora:
Samantha Everton
Título: Rejected.

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 10:41 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

¿Cómo se hacen los bebés?

sábado, septiembre 15, 2007



Si Usted no es un lector frecuente de estas Argonáuticas (un lector rápido, de temperamento mercurial, ubicado en algún lugar impreciso del mundo y que, para ser sinceros, suele venir a este blog por otra cosa), entonces eso implica que Usted se ha decidido de una buena vez y para siempre a hacerse una pregunta básica. Usted se decidió, al fin, a googlear literalmente el título de este post. Hoy es su día de suerte. No es necesario colocar en ningún lugar el número de su tarjeta de crédito. Aquí está la respuesta. Y es gratis.

Hay que decirlo: esas son cosas que pasan. Una timidez irremisible. Una dificulta para lidiar con lo que (intuye) puede ser un tópico repleto de difíciles misterios. Cierta supersticiosa inclinación a desdeñar el conocimiento reunido en los libros de texto sobre biología que, alguna vez, miró con desdén en mitad del tedio de una tarde, las asignaciones pendientes, el horror entero. Son tan amplias las formas de la ignorancia. Fueron tan largas y monótonas aquellas lejanas mañanas ocupando un puesto en un salón de colegio intentando no pensar demasiado en nada. Tantos misterios por responder, tantos. A veces, se ha dicho como para darse ánimos, piensa que siendo todo tan confuso no era de extrañar que Usted perdiese la oportunidad de resolver precisamente ese otro misterio.

El caso es que así como así los años han pasado, le ha crecido un bigote de vaquero castaño, largo y descuidado, le ha aparecido una pertinaz irritación en los brazos (abusos de la mayonesa, seguramente), una irresistible inclinación a consumir latas de cerveza frente a un televisor con la antena rota, sobre un sofá en el que, en un costado, el perro de la casa ha roto la tela dejando al descubierto el amarillo pálido de la goma espuma pese a los complicados tejidos que su buena madre, ya anciana, y con quien todavía vive, ha intentado componer para ocultar ese feo detalle del mobiliario. Tiene, en resumidas cuentas, un amplio volumen abdominal, una colección envidiable de modelos de fórmula 1 a escala, una divertida historia del día en que salió al Centro de la ciudad y de pronto se desgajó una lluvia que le empapó más de un cuarto los ruedos del pantalón. Qué se le va a hacer. Los misterios son complicados. De tanto encargarse de comprender la realidad, pues resulta que existe un pequeño detalle que nunca ha logrado dilucidar del todo, una borrosa acuarela dentro de ese casco espacial que llamamos mundo y del que, por puro sentido de la comodidad, convendremos que es el rectángulo que se dibuja más allá de la ventana, ese lugar con nubes, antenas de edificios vecinos, pájaros que pasan de tanto en tanto como quien pilotea un cazabombardero. Usted, de pronto, digámoslo ya sin rodeos, se encuentra en una situación desesperada. El caso es que, junto a ese intenso deseo de conocer, Usted comprende que no es una pregunta fácil. Su mamá teje otro cobertor, su papá duerme, acercándose alternativamente a la pantufla azul desde el balanceo de su mecedora. Sus hermanos le miran con un dejo sarcástico que, siendo honestos, Usted nunca ha decidido si corresponde a la compasión o al simple desdén. Es comprensible que Usted, después de todo, no vea conveniente agrandar más esa brecha que los separa con una pregunta que (intuye) acaso podría hacerle quedar mal, nuevamente mal.

La vida, no tenga dudas, es algo duro. Por ahora, puede olvidar todas esas pequeñas miserias. Hoy es su día de suerte. No sólo hay una buena noticia para Usted. En realidad, son dos. La primera: todo lo que ha escuchado respecto a París (tal como temía) son puras patrañas conservadoras. La pobre cigüeña blanca, (cuyo verdadero nombre es nada más y nada menos que Ciconia Ciconia y cuyo principal atributo quizá sea el tener una envergadura alar de dos metros y un peso que no suele sobrepasar los 4.5 kilogramos, cosa que evidentemente habla bien de su inmenso tamaño y su autonomía de vuelo, pero terriblemente mal de su capacidad para cargar más allá de 5.000 kilómetros a un bebé), esa, la inmensa, la parsimoniosa cigüeña blanca no tiene nada que ver con el asunto. Tampoco las pequeñas y simpáticas abejas. O el polen. Se trata de una cosa enteramente diferente.

Es aquí donde al fin tenemos que detenernos en la verdadera gran revelación. Es así: Usted está a sólo un click de resolver para siempre ese extraño misterio que es el modo verdadero como se hacen los bebés. Suda. Suspira. Cree estar preparado, pero, ¿realmente lo está? Mientras piensa en eso y rechifla, comprende que la respuesta todo ese enigma se resuelve pulsando el link que se encuentra justo aquí. Piense, ¿podrá tolerarlo?

Vía:
Abuse Magazine Blog

Imagen vía: Mark Jenkins: Storker Project

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 11:28 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Variaciones líquidas (1)

miércoles, septiembre 05, 2007

Gabriel García Márquez


El jueves amaneció sin una gota de agua. Elide Moscoso, mujer menuda y madrugadora, lo constató al poco de despertar, cuando dio vueltas al viejo grifo de la cocina y escuchó el crujido de las cañerías sumergido en un letargo de siglos bajo el fragor del moho y los ecos salvajes de los gallinazos en el Centro de la ciudad. Entonces recordó que el día anterior había escuchado un parte de radio en el que un locutor de voz atiplada dejó dicho que el día siguiente comenzaría un racionamiento que se extendería por toda una semana de infortunios. Recordó mirando un almanaque con la imagen de dos oropéndolas lejanas que tenía que hacer la lista del mercado para esa tarde y ese trámite pendiente la inquietó con el sentido de una premonitoria fatalidad.

Guillermo Cabrera Infante



La grifería dejó de traquetear después de una danza bartokniana entre arpegios sutiles. Vi (o viví: la vista es un sentido vívido) que una última gota maculada se dejaba caer desde el contorno de la grifería y pensé, como un héroe sujeto firmemente al tronco de Tántalo, que esa sería justo la última gota que habría de encontrar en esa guajira alucinada que era (que todavía debe ser) vivir en una isla asolada por la sequía.

José Lezama Lima



A Elide Moscoso le fue revelada una indicación del Oráculo de Delfos entre las paredes suntuosas de la cocina. Queriendo girar el mecanismo de la grifería para traer junto a sus emisiones newtonianas un poco de agua que verter sobre el cacharro del café, notó con estupor adamasquiado que el agua, líquido coloidal de prístino esplendor, había marchado a otros lugares, con el mismo movimiento impetuoso de un animal que se sabe en el objetivo de un torneo de cetrería.

Julio Cortázar



No se sabrá jamás de las fuerzas secretas con las que la Señorita Elídè tuvo que enfrentarse en esa pecera imaginada que era su propia cocina. El mundo, la vida, corresponde a un orden de cosas materiales que distan mucho de esa fácil lucidez con las que el hombre medio (lector hembra, terrón de azúcar) remacha para siempre sus cómodas presunciones. Esto se llama grifo, esto otro se nombra herraje, llave, termo. Así, sin saberlo, vamos entrando en un espiral de falsas adivinaciones cuando la realidad del mundo, la cosa que se esconde en las paredes y trepa al anochecer por nuestra espalda, aguarda en las zonas más oscuras de nuestros descuidos, alerta al primer zarpazo de estupor de un día sin agua.

Vladimir Nabokov


Provisto al fin de una montura práctica y liviana, como una bicicleta, esa curiosa mañana otoñal al fin pude apreciar el modesto espectáculo de iluminación de los amaneceres de los que, con tan irritable deleite desde mi perspectiva de miope, me había parloteado Miss Fitzgerald en un banquete benéfico de la asociación de filatelia. Ahora podía ver allá afuera, sobre el césped rectangular de mi modesto hogar en Nueva Inglaterra, la forma como el sol brillaba con un resplandor eufórico en tanto al otro lado de la calle, insonorizada por la obvia distancia que nos separaba, una vecina gritaba a todo pulmón (como era deducible por sus gestos ovoides) una triste noticia que yo mismo había tenido oportunidad de constatar minutos atrás, cuando en silencio intenté llenar mi pequeña tetera: no había agua.

Raymond Carver



Una mosca recorrió el vórtice de un vaso puesto junto al fregadero. A su lado, una vieja esponja manchada de tomate reposaba junto a un blister descartado. Marie-Ann sabía que, igual que había ocurrido la semana anterior con el servicio eléctrico, una vez más John no había llegado a pagar el recibo del agua y que el monto de ese dinero había ido a parar a cualquier bar a las afueras de Tulsa.

Rómulo Gallegos




El campo, inmenso. Al frente, la recóndita naturaleza indómita de la patria, como queriendo decir una copla en el estero. "Ah malaya una poquita de agua", musitó Santos López, sujetando con virilidad su sombrero de pelo de guama. “Malaya será, porque al pozo naide ha ido” respondió, al fondo, la voz temblorosa de Doña Carmen Elida, matrona de la montonera.

James Joyce


McLehod colocó el salchichón sobre el tapete de hule de la mesa de la cocina mientras, al frente Elide, la joven nodriza, le observaba con mirada famélica. Después, en actitud ceremonial, cortó finamente unas seis rodajas que luego colocó en un plato de peltre que reposaba junto al frasco de leche de la mañana. Nocturno anhelado, era el nombre de la obra que conocía. No la vería ya. La compañía O´Flanagans se largaba de Dublín hasta el próximo verano, y eso con suerte. Era un tiempo en que no estaba fácil hacerse de un penique y las compañías no iban a gastarse todo el presupuesto en una expedición fracasada. ¿Cómo era que se llamaba aquél viejo truhán que vendió la boletería en la temporada anterior? ¡Moose!¡Charles Moose! Pensar que no le compró el listín completo que le ofreció por pura cicatería. Con lo bien que le habría venido a los niños una tarde en el circo ahora que ni siquiera el agua se conseguía.

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 4:07 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |