Indios
martes, agosto 08, 2006
El mundo es pequeño. Mínimo. La semana pasada, justo la noche antes de salir de viaje por unos cuantos días, encontré este cuento: What You Pawn I Will Redeem, de Sherman Alexie, traducido y amablemente publicado en su elegante blog por Mauricio Salvador. Lo leí de un tirón, como casi siempre se leen las cosas que en realidad interesan. Al terminar, recordé otro cuento indio memorable: Incursión nocturna, de Brady Udall, incluído en ese recuento meritorio de buena narrativa que es habrá una vez: antología del cuento joven norteamericano. Aunque intenté ubicarlo entre esa marejada feroz que, de tanto en tanto, se vuelve la propia biblioteca, no lo encontré y terminé conformándome con acostarme pensando en la imagen de un gigantesco apache conversando con un pequeño perro en un jardín reseco.
Pero el mundo es pequeño, mínimo. Así que no bastó con que al día siguiente saliese de Caracas y tuviese que recorrer el mapa agujereado de la vialidad de los estados centrales. Ni que la luna centelleante de la meseta de Bariquisimeto (ese otro residuo indio de la historia patria) iluminase un filón de la habitación del hotel donde las inmesas pestañas de muñeca de Alejandra se batían serenamente entre sus manos y la almohada, lejos de esos otros parajes indómitos que nos esperan en los sueños. Tampoco bastó recorrer kilómetros enteros de ilusiones ópticas: falsos Oasis sobre el pavimento de las carreteras de los llanos occidentales. Ni siquiera trepar las elevaciones de la cordillera, permanecer tres días entre el descampado lunar de los páramos, o saltar, luego, al vacío newtoneano que se abre justo antes de la meseta de Mérida. Justo cuatro días después de pensar en todas esas historias de indios, quince minutos después de bajarme del carro en el mercado de Mérida, habría de encontrarme con un puesto ambulante de libros y, en él, casi de entrada, con una belleza que dificilmente habría podido soñar encontrar en alguna librería de Caracas: La milagrosa vida de Edgar Mint (The miracle life of Edgar Mint) una novela escrita, precisamente, por el mismo Brady Udall y su remota obsesión por el mundo apache.
Al salir de viaje, Alejandra y yo hicimos algunos chistes fáciles sobre qué haríamos en caso de encontrar por el camino a un remoto timotocuica. El mundo, que no sólo es pequeño, mínimo, sino frenéticamente literario, nos entregó una mejor alternativa: regresar con la historia de Edgar Mint. Regresar con Edgar Mint y otro de sus pequeños y significativos milagros: aparecer más allá de los páramos, darle sentido premonitorio a todos los episodios comanches que estallaron en diferentes momentos de la semana.
Etiquetas: La literatura está en todas partes