Sobre el modo de destruir buenas ideas
domingo, abril 12, 2009
(...O DE CÓMO SE PUEDEN ESCRIBIR LARGOS ENSAYOS DIGITALES (A LA MANERA PROFUSA DE DAVID FOSTER WALLACE) DURANTE LAS VACACIONES DE SEMANA SANTA, EN OPOSICIÓN AL DÍA DÍA CUANDO, REALMENTE, YA NO SE PUEDE TANTO)
Fui un lector consecuente y agradecido de panfletonegro hasta mediados de 2006, cuando Daniel Pratt, en un gesto de absoluto idealismo personal, pero de evidente fracaso pragmático, decidió liquidar el antiguo sistema de colaboraciones de la revista y montar, en su lugar, un blog de bonita edición, pero que, con los años, se ha revelado como un espacio de colaboración irregular y de frecuentes comentarios de un primitivo solipsismo.
La propuesta de Daniel, que creo respetar y conocer bien, pues conversamos de ella muchas veces antes y después de llevarla a cabo (frente a una botella de whisky, junto a vasos que dibujaban mediaslunas de agua sobre la superficie de la mesa), era, en efecto, de un idealismo esperanzador.
Creo que él mismo logró resumirla en este fragmento de su texto de presentación para la versión final y apocalíptica de panfletonegro.com:
Por libertario supongo que Pratt aludía, con toda su carga metafórica y romántica, a las visiones anarquistas a la manera decimonónica de Déjacque, que luego se han ido actualizando en un complejo sistema de oportunidades telemáticas que el Pratt conoce muy bien y que, además, se ha tomado la molestia de exponer brillantemente.
Era, desde luego, una apuesta ideológica, política y estética. Sobre todo: una apuesta social, pues requería que, para triunfar, contase precisamente con un movimiento de creadores que tuviese la disposición de agruparse como comunidad.
Pratt, desde luego, apostaba con sensatez a una versión elegante y desregulada de la explosión 2.0.
En su presentación titulada El oficio editorial en la web social, donde expone de forma ordenada y persuasiva sus ideas al respecto, el Pratt dice esto, entre muchas cosas interesantes:
Como seguramente podría entender cualquier persona que tenga un mínimo de fe en la humanidad, el análisis del Pratt es, en efecto, un ejercicio lúcido e impecable de respuesta a las condiciones hegemónicas del poder. Es, además, un análisis realista, tal como se desprende del buen tino para mezclar, con todo este idealismo, el complicado problema de las colaboraciones espontáneas.
A Pratt se le ocurrió apostar por esta idea:
Esta propuesta, teóricamente elegante se estrella, sin embargo, contra una que otra terrible prueba de realidad. Sobre eso, más o menos, si todavía no se nota, es que va este largo post.
La cosa es así: en estos días, el mismo Daniel Pratt me comentaba un desagradable episodio que evidencia, de forma triste y miope, el modo como los usuarios de panfletonegro.com colaboran, precisamente, en el denodado intento por convertir la publicación digital (y a sí mismos) en una mueca resentida, malaleche y difamatoria.
Supe, desde el momento en que me comentó ese episodio y me invitó a leerlo, que de preferir, yo prefería continuar con la lectura de un libro maravilloso de David Foster Wallace que el mismo Daniel tuvo la gentileza de traerme en encargo desde Argentina. Aún así, noblesse oblige, de manera que no me quedó más remedio que cerrar el libro de Foster Wallace, leer con detenimiento el triste post de panfletonegro, así como unos 70 comentarios de variable composición, soltar un suspiro y, como acción seguida, comenzar a escribir este post.
Desde luego, puesto que he crecido como usuario en internet bajo la cultura de don´t feed the troll, prefiero prescindir en lo posible de los desagradables, falsos e infundados comentarios que este grupo de personas que participan de la versión autopublicada de panfletonegro han expresado en contra de esa magnífica iniciativa que es la IV Semana de la Narrativa Urbana, organizada por Ana Teresa Torres y Héctor Torres, con el auspicio del Pen Club y la colaboración del Centro Cultural Chacao.
Tengo, de hecho, más de una razón para valorar la Semana de la Narrativa Urbana. La primera de ellas es que participé en esas jornadas en el año 2006, en su primera edición y de ella sólo guardo el agradecimiento a sus organizadores y la gente de la editorial Alfa, quienes se arriesgaron a la idea de publicar un libro con los cuentos de esa primera edición, el libro de cuentos: De la Urbe para el Orbe. Me consuela pensar que lo que tenía que decir al respecto sobre sus bondades, es algo que ya apunté en su momento y que, con gusto, suscribo plenamente el día de hoy.
Hasta apenas ayer, pensaba que cualquier persona con amor por la literatura en general, y con deseo por el crecimiento de la literatura en nuestro país en particular, le parecería razonable que ese tipo de evento se mantenga en el tiempo. Ahora, tengo la desagradable sensación, después de leer los comentarios malintenciados que algunas personas han expresado valiéndose de la oportunidad que da panfletonegro.com de decir casi cualquier cosa, que no es así. Soy de la opinión que eso exige, al menos, de algún intento de reparación simbólica. Me parece, por otra parte, que ese intento es al mismo tiempo una oportunidad para intentar poner en orden algunas ideas sobre algunos asuntos sociales de la litertura que a mí mismo me gustaría ver ordenados.
La historia que da pie para escribir esta nota es, en sí misma, casi repetitiva y no merece mayor comentario per se: un blogger de panfletonegro.com postea una versión amañada y desagradable sobre la semana de la narrativa. Luego, casi al unísono, algunas otras personas, anónimos o no, deciden participar de todos esos solipsismos en algo que, a falta de otro nombre, podría llamarse una cayapa.
El episodio, en sí mismo, me ha hecho recordar lo que Iván Thays, (autor de Moleskine Literario, uno de los blogs más exitoso y más leído en nuestro idioma), suele verse en la obligación de referirse con cierta frecuencia a esos comentadores de mala fe que medran al amparo del anonimato o de las plataformas de autopublicación de la red. El razonamiento que le he leído es impecable: tales trolles (no de Mileto) de lenguas afiladas, prosa razonable e ideas furiosas y repletas de autoreferencia son, en realidad, la consecuencia de una de las marcas literarias más difíciles de manejar en nuestras culturas: el drama del reconocimiento.
Puestos en perspectiva, en efecto, los comentadores de las páginas literarias de esa cosa extraña que es nuestra blogósfera nacional, en realidad podrían dividirse entre quienes encuentran alguna forma de hacer visible su trabajo y aquellos otros que, con justicia o no, permanecen a la sombra del anonimato.
En una cultura literaria sana, esa categoría no tendría por qué existir. En la nuestra, repleta de falta de oportunidades honestas así como de fútiles y complacientes impresiones sobre lo que significa una carrera literaria, es evidente que ese tema está atrapado en un irremisible callejón sin salida.
Sin embargo, el episodio de los bloggers que se interesan en denostar de la Semana de la Nueva Narrativa en panfletonegro.com alude, (según alcanzo a ver), a cosas más graves, más tristes, más patéticas. Expresa, de forma lúgubre y desagradable, el grado en que se ha naturalizado en nuestro país el irrespeto a los terceros, la violencia como herramienta de autolegitimación. O para decirlo más cercano a las nociones de cortesía desarrolladas a partir de las teorías de Goffman: la dificultad para considerar la imagen, el rostro de los demás al tiempo que se manifiestan las necesidades personales de expresión. Delata lo comprometida que puede quedar la capacidad de las personas para ver a un paso más allá de las cómodas categorías de sus propios narcisismos. Pero, sobre todo, manifiesta de una forma trágica la dificultad para comprender la idea, más o menos evidente, de que el progreso de la literatura es un proceso en el que colaboramos todos, independientemente del modo como cada uno de nosotros, como individualidad, desea ver realizado ese ideal. Como esta es la idea más compleja, me provoca decir un par de cosas más detalladas respecto a ella.
En ese libro maravilloso y privado que es Los libros de los otros, que agrupa la correspondencia literaria de Ítalo Calvino como editor de Enaudi entre 1947 y 1981, se lee esta maravilla de carta:
El texto de Calvino es pertinente, entre otras cosas, porque señala un elemento iluminador: la literatura en su conjunto es, inevitablemente, un acto social. Lo es debido a su herramienta básica: el lenguaje, cuya naturaleza nos trasciende como individuos concretos. Lo es, en la medida en que implica un proceso de recepción. Lo es, en tanto apela al sentido histórico, político y social del estilo, el gusto, y las complejas (y de hecho nada ingenuas) formas en que ocurre o no su lucro y su difusión.
Al leer el texto principal y los detallados comentarios de algunos de los comentadores del post de panfleto, se comienza a ver claro que el malestar expresado parece soportarse sobre un criterio difícil de comprender, pero en cierta forma unificado: a estas personas no les gusta que la Semana de la Nueva Narrativa no se parezca a lo que ellos consideran que debería ser, entre otras cosas, porque cometen el sencillo error de pensar que el valor de la literatura está dado por sus propias percepciones de lo que debe ser y no por el hecho de existir en un espacio social más amplio.
Esto se expresa de un modo bastante claro en uno de los comentarios del autor del artículo, cuando dice:
La intriga de quién podrá ser J.M (¿JuliánJavier Marías, por ejemplo?), se despeja apenas dos o tres comentarios después, cuando descubrimos que J.M. es un blogger llamado John Manuel, de quien por cierto alguna vez he leído alguna cosa interesante en la red, quien además de agradecer la parte que lo toca por ese piropo comenta, resignado:
Y más adelante:
Allí, por lo visto, se zanja la cuestión:
(a) La preferencia a que vaya, mil veces, el panita J.M.
(b) La tranquilidad por imaginar que están representados unos gallos del propio patio
(c) EL gusto por ver a "dos tipos a los que respetamos".
Tales argumentos de fondo son, en realidad, desconcertantes, si consideramos que una de las quejas más sentida del post y los comentarios es, precisamente, por la existencia de una supuesta rosca literaria que, desde luego, existe convenientemente en la imaginación de los implicados.
En todo caso, y aunque es algo casi vergonzoso, la idea de la rosca tal y como se ha formado en nuestra curiosa mitología nacional es algo que parece necesario comentar, independientemente del irrespeto que eso pueda implicar al más elemental sentido común de los lectores de esta nota. La cosa podría resumirse más o menos así: la Semana de la Nueva Narrativa Urbana es, en principio, una iniciativa privada. Esto quiere decir en su sentido más superficial y más profundo: una agrupación basada en una comunidad de intereses que promueve, o intenta promover, una actividad literaria específica. No es, no pretende ser una organización de beneficencia literaria. No pretende, hasta donde alcanzo a comprender, convertirse en una versión estilizada de una suerte de Latin American Idol en la que todo sujeto tiene el aparente derecho de cantar bien o mal delante de unos jueces que deciden si se queda o no.
Como cualquier iniciativa de libre emprendimiento, la Semana de la Nueva Narrativa Urbana intenta (según creo comprender de su mensaje) invitar a narradores que vienen haciendo un trabajo personal sostenido y darles la sencilla y cómoda posibilidad de leer lo que tengan que leer. No selecciona futuros. Ni siquiera antologiza textos de forma taxativa. Apuesta por la oportunidad de hacerle una razonable vitrina, de generar exposición, a un narrador o narradora que quiera decir lo suyo. Podría no hacerlo. Podría no hacer nada. Pero decide hacer eso.
Una de las personas que comenta en el post, decía:
Parece obvio que la persona que hace este comentario sintomáticamente ignora que, en efecto, los organizadores no tienen por qué estar interesados en que queden adentro cientos de escritores que no serán publicados por nadie, pues se trata de una labor de promoción literaria y no de una suerte de programa asistencial de rescate para quienes puedan sentirse o estar en la indigencia literaria.
Lo que es más importante, el autor ignora, como se delata en el texto en cursivas, que la Semana de la Nueva narrativa no tiene por qué ajustar a su criterio de quien se supone que debería ser invitado (está claro que la única respuesta posible a este tipo de argumentos es: haga usted su propio evento de narrativa e invite a todos los escritores del mundo que han sido marginados. O peor: que creen haberlo sido).
Lo que no resulta obvio, pero ahora parece conveniente hacer notar, es que las personas que se dedican a denostar contra el derecho de una gente a montar la actividad que mejor les parece termina valiéndose, de forma significativa, una plataforma independiente como panfletonegro.com, sin siquiera atender al hecho de que tal plataforma es, por sí misma, una valiosa forma de expresión no necesariamente bien aprovechada por ellos mismos. O lo que es lo mismo: un lugar donde podrían organizar su propia expresión narrativa, si es que acaso ese pudiese ser el fin genuino que pudiesen perseguir.
Tengo algunos datos para decir lo que digo. Los descubrí cuando intentaba hacer unos números para el panita Pratt quien, como se comentó más arriba, valora de buena fe el tema del diggeo. Por ese motivo, me tomé la molestia de hacer un listado de los comentarios a la entrada en cuestión. Me detuve el sábado 11 en la mañana. Iban 70 comentarios con diferentes grados de diggeo. De esos 70 comentarios, un total de 58% habían sido hechos por tres usuarios: Sr. Cobranza, aka: Cobra,(17%), John Manuel(20%) y X (21%). Vale decir: la aparente discusión, a la que alguien se le ocurrió mencionar como un éxito comunicacional (sic!), en realidad está inflada por el arrebato solipsista de tres personas. Con menos de eso se escribe un cuento, al menos.
Lo que es peor: para el momento en que realicé esa suerte de quick-count, ninguno de los comentarios de estas tres personas había sido clasificado como irrelevante. De hecho, sistemáticamente, el único usuario catalogado así era uno llamado elmensajedelabotella. Una mirada rápida dejaba ver que los comentarios más radicales, bobos o sencillamente difamatorias, obtenían una que otra calificación negativa, pero no llegaban a ser calificados plenamente como tal.
La conclusión es sencilla: parece ser un hecho que los editores del mundo entero se equivocan con sorprendente frecuencia. Pero también parece ser un hecho que la mente de colmena utilizada del modo en que se utiliza en el presente (vale decir, sin un adecuado proceso de sensibilización de los usuarios) tampoco es que resuelva mayormente la cosa.
De allí, al otro punto: el triste lugar que ocupa el respeto a las personas en este tipo de discusión.
Uno de los aspectos más reveladores viene, precisamente, por la participación de un sujeto que se hace llamar José Sant Roz y que, a la manera de un miembro de los viejos fascis de combattimiento de la era Mussolini, suele escribir sus cositas en el portal pagado por el gobierno llamado aporrea (v.g: "portal alternativo de noticias a favor del gobierno de Hugo Chávez", etcétera), donde, por sólo citar un episodio de retorcido humanismo, alguna vez escribió un artículo titulado: "Ingrid se confiesa: “Nunca he gozado tanto como cuando estuve secuestrada por las FARC”.
A ese comentarista no se le ocurrió otra cosa que escribir un comentario en el que, con razón o sin ella, decide arremeter contra el abuelo de uno de los organizadores del evento, partiendo de la estúpida suposición de que las acciones de terceros pueden servir para calificar a una persona.
Por mucho que se pueda compadecer el aparentemente precario equilibrio psíquico del Señor Sant Roz, resulta claro que acudir a una falacia ad-hominen de esta categoría no es sólo una barbaridad argumentativa, sino una evidente canallada.
La falacia ad-hominen, por cierto, parece ser un sello distintivo de esta discusión en particular, y de este tipo de discusiones en general...me tomaría el trabajo de hacer la lista, si no tuviese algunas cosas más qué decir antes de terminar.
Una de ellas es comentar, precisamente, la insistencia del autor del post para que Héctor Torres comente personalmente en ese lugar y en ese momento.
La posición, que hace explícita la naturaleza troll del post, no deja de resultar significativa cuando se piensa con algo de detenimiento. ¿En base a qué, uno de los organizadores del evento tiene que comentar un post malintenciado y pendenciero que ni siquiera se toma la molestia de corroborar las afirmaciones más temerarias?
Uno sospecha que la suposición de base es que el mero amor propio del blogger es suficiente para que el mundo social responda a sus demandas, sin atender al hecho más o menos obvio que una discusión ocurre en un marco de reglas más o menos compartidas por los miembros de un grupo social.
Uno sospecha que los motivos del autor deben estar seguramente relacionados con esta casi proclama de independencia que dice así:
Parece obvio (o, al menos, me lo parece a mí) que una persona que se exprese en esos falsos términos de un evento, opera de una manera bastante desquiciada si cree que, después de eso, uno de los organizadores va a tomarse el tiempo y el trabajo que necesita para, precisamente, hacer que el evento funcione, y en lugar de eso sentarse a puntar una a una las barbaridades de esa frase. ¿Por dónde debe comenzar, por las estrategias utilizadas en la era Iosif Stalin para controlar la libre agrupación?
Habría que agregar que no existe tal cosa como derecho a la disidencia en ese texto. No se es disidente de aquello de lo cual no se tiene por qué pertenecer. En su sentido estricto, se disente cuando se decide rechazar algún orden social establecido que, por su naturaleza hegemónica o normativa obliga a una persona concreta a particiar de él sin su consentimiento. Es casi imposible comprender de qué forma eso podía aplicarse a un evento modesto y bien intencionado como una semana en la que algunos escritores jóvenes tienen una de sus primeras oportunidades de leer sus cosas.
Lo que sí podría haber en el texto del blogger es libertad de expresión, si bien es preciso destacar que se trata de una libertad vagamente mezquina, pues quien afirma todas estas barbaridades no parece creer demasiado en ellas como para avalarlas con su nombre de pila.
Pienso en el ya lejano episodio del J´acusse...! de Emile Zolá, pienso en los riesgos personales que asumió Zolá por el sólo hecho de decir una verdad inmensa como templo y no puedo dejar de registrar la astonómica distancia que existe entre la práctica intelectual del viejo Emile, inicio de todo lo que luego pasaría a ser la posición pública del intelectual, y este triste episodio de difamación y mezquindad.
No es dificil destruir buenas ideas como los portales de autopublicación, por lo visto. O al menos intentarlo.
Lo que sí es dificil, supongo, es llegar a una cuarta edición de una buena iniciativa como la semana de la nueva narrativa. Aquí están los detalles de la invitación.
-Pedro Enrique Rodríguez
Fui un lector consecuente y agradecido de panfletonegro hasta mediados de 2006, cuando Daniel Pratt, en un gesto de absoluto idealismo personal, pero de evidente fracaso pragmático, decidió liquidar el antiguo sistema de colaboraciones de la revista y montar, en su lugar, un blog de bonita edición, pero que, con los años, se ha revelado como un espacio de colaboración irregular y de frecuentes comentarios de un primitivo solipsismo.
La propuesta de Daniel, que creo respetar y conocer bien, pues conversamos de ella muchas veces antes y después de llevarla a cabo (frente a una botella de whisky, junto a vasos que dibujaban mediaslunas de agua sobre la superficie de la mesa), era, en efecto, de un idealismo esperanzador.
Creo que él mismo logró resumirla en este fragmento de su texto de presentación para la versión final y apocalíptica de panfletonegro.com:
(...) desde Julio de 2006 panfletonegro.com se convirtió en un sitio libertario, participativo, 100% libre de criterios editoriales. Aquí puedes publicar lo que quieras, como lo quieras. Creemos utópicamente que en medio de una tormenta de mensajes personales, propaganda y textos inconsecuentes, ocurrirá la poesía.
Nuestra intención última es, como en 1.999, congregar en el mundo virtual a un movimiento de creadores que se sigue gestando en la red para manifestarse como comunidad, abrazar una visión alternativa para la difusión del hecho creativo que definitivamente desplazará a los métodos tradicionales de publicación.
Para escribir en panfletonegro.com, sólo tienes que registrarte, escribir y tu texto y colocarlo en alguna de nuestras secciones.
Recuerda: lo que te de la gana, como te de la gana.
Por libertario supongo que Pratt aludía, con toda su carga metafórica y romántica, a las visiones anarquistas a la manera decimonónica de Déjacque, que luego se han ido actualizando en un complejo sistema de oportunidades telemáticas que el Pratt conoce muy bien y que, además, se ha tomado la molestia de exponer brillantemente.
Era, desde luego, una apuesta ideológica, política y estética. Sobre todo: una apuesta social, pues requería que, para triunfar, contase precisamente con un movimiento de creadores que tuviese la disposición de agruparse como comunidad.
Pratt, desde luego, apostaba con sensatez a una versión elegante y desregulada de la explosión 2.0.
En su presentación titulada El oficio editorial en la web social, donde expone de forma ordenada y persuasiva sus ideas al respecto, el Pratt dice esto, entre muchas cosas interesantes:
La libertad de uso y la libertad de identidad. O dicho de otra forma: la libertad para ser anónimo, es la razón de por qué la internet constituye el espacio social más libre generado por la humanidad. Nuestras múltiples redes son, básicamente, países sin constitución en donde todo vale, inclusive la autodestrucción. La principal amenaza para estas comunicaciones en línea no son sus detractores, sino sus propios usuarios. Sobre todo, aquellos que físicamente se desenvuelven en sociedades en las que toda invitación a la discusión abre un espacio para la violencia.
En, un grupo es su peor enemigo, Clay Shirly argumenta que el problema radica en que no hemos pensado lo suficiente en la búsqueda del software que habilite la interacción productiva. Ingenieros, comunicadores y diseñadores hemos construido, una y otra vez, comunidades basadas al rededor de un software (software o blogs) con la expectativa de que sean desregulados, libres o cooperativos, sin detenernos a pensar si tienen el formato correcto, si el modelo es escalable, o si los usuarios le darán el uso que imaginamos.
Como seguramente podría entender cualquier persona que tenga un mínimo de fe en la humanidad, el análisis del Pratt es, en efecto, un ejercicio lúcido e impecable de respuesta a las condiciones hegemónicas del poder. Es, además, un análisis realista, tal como se desprende del buen tino para mezclar, con todo este idealismo, el complicado problema de las colaboraciones espontáneas.
A Pratt se le ocurrió apostar por esta idea:
La necesidad de controlar o regular las conversaciones que suceden al rededor de un texto en línea ha inducido a la aparición de otra clase de medios en los que una mente de colmena, compuesta por todos los usuarios, se encarga de filtrar y valorar el contenido de una forma democrática. El ejemplo más patente es digg, y sus variantes en castellano, menéame y fresqui, sitios webs en los que los usuarios pueden compartir, comentar y valorar vínculos a otros sitios. El nombre digg y los verbos que constituyen su operación constituyen un juego con la palabra cavar (to dig). Un vínculo interesante puede ser rescatado (dig), para premiar su relevancia. O enterrado: (buried) lo que permite que la misma comunidad, sin la intervención de un editor o censor, filtre los comentarios que empobrecen la discusión.
Esta propuesta, teóricamente elegante se estrella, sin embargo, contra una que otra terrible prueba de realidad. Sobre eso, más o menos, si todavía no se nota, es que va este largo post.
La cosa es así: en estos días, el mismo Daniel Pratt me comentaba un desagradable episodio que evidencia, de forma triste y miope, el modo como los usuarios de panfletonegro.com colaboran, precisamente, en el denodado intento por convertir la publicación digital (y a sí mismos) en una mueca resentida, malaleche y difamatoria.
Supe, desde el momento en que me comentó ese episodio y me invitó a leerlo, que de preferir, yo prefería continuar con la lectura de un libro maravilloso de David Foster Wallace que el mismo Daniel tuvo la gentileza de traerme en encargo desde Argentina. Aún así, noblesse oblige, de manera que no me quedó más remedio que cerrar el libro de Foster Wallace, leer con detenimiento el triste post de panfletonegro, así como unos 70 comentarios de variable composición, soltar un suspiro y, como acción seguida, comenzar a escribir este post.
Desde luego, puesto que he crecido como usuario en internet bajo la cultura de don´t feed the troll, prefiero prescindir en lo posible de los desagradables, falsos e infundados comentarios que este grupo de personas que participan de la versión autopublicada de panfletonegro han expresado en contra de esa magnífica iniciativa que es la IV Semana de la Narrativa Urbana, organizada por Ana Teresa Torres y Héctor Torres, con el auspicio del Pen Club y la colaboración del Centro Cultural Chacao.
Tengo, de hecho, más de una razón para valorar la Semana de la Narrativa Urbana. La primera de ellas es que participé en esas jornadas en el año 2006, en su primera edición y de ella sólo guardo el agradecimiento a sus organizadores y la gente de la editorial Alfa, quienes se arriesgaron a la idea de publicar un libro con los cuentos de esa primera edición, el libro de cuentos: De la Urbe para el Orbe. Me consuela pensar que lo que tenía que decir al respecto sobre sus bondades, es algo que ya apunté en su momento y que, con gusto, suscribo plenamente el día de hoy.
Hasta apenas ayer, pensaba que cualquier persona con amor por la literatura en general, y con deseo por el crecimiento de la literatura en nuestro país en particular, le parecería razonable que ese tipo de evento se mantenga en el tiempo. Ahora, tengo la desagradable sensación, después de leer los comentarios malintenciados que algunas personas han expresado valiéndose de la oportunidad que da panfletonegro.com de decir casi cualquier cosa, que no es así. Soy de la opinión que eso exige, al menos, de algún intento de reparación simbólica. Me parece, por otra parte, que ese intento es al mismo tiempo una oportunidad para intentar poner en orden algunas ideas sobre algunos asuntos sociales de la litertura que a mí mismo me gustaría ver ordenados.
La historia que da pie para escribir esta nota es, en sí misma, casi repetitiva y no merece mayor comentario per se: un blogger de panfletonegro.com postea una versión amañada y desagradable sobre la semana de la narrativa. Luego, casi al unísono, algunas otras personas, anónimos o no, deciden participar de todos esos solipsismos en algo que, a falta de otro nombre, podría llamarse una cayapa.
El episodio, en sí mismo, me ha hecho recordar lo que Iván Thays, (autor de Moleskine Literario, uno de los blogs más exitoso y más leído en nuestro idioma), suele verse en la obligación de referirse con cierta frecuencia a esos comentadores de mala fe que medran al amparo del anonimato o de las plataformas de autopublicación de la red. El razonamiento que le he leído es impecable: tales trolles (no de Mileto) de lenguas afiladas, prosa razonable e ideas furiosas y repletas de autoreferencia son, en realidad, la consecuencia de una de las marcas literarias más difíciles de manejar en nuestras culturas: el drama del reconocimiento.
Puestos en perspectiva, en efecto, los comentadores de las páginas literarias de esa cosa extraña que es nuestra blogósfera nacional, en realidad podrían dividirse entre quienes encuentran alguna forma de hacer visible su trabajo y aquellos otros que, con justicia o no, permanecen a la sombra del anonimato.
En una cultura literaria sana, esa categoría no tendría por qué existir. En la nuestra, repleta de falta de oportunidades honestas así como de fútiles y complacientes impresiones sobre lo que significa una carrera literaria, es evidente que ese tema está atrapado en un irremisible callejón sin salida.
Sin embargo, el episodio de los bloggers que se interesan en denostar de la Semana de la Nueva Narrativa en panfletonegro.com alude, (según alcanzo a ver), a cosas más graves, más tristes, más patéticas. Expresa, de forma lúgubre y desagradable, el grado en que se ha naturalizado en nuestro país el irrespeto a los terceros, la violencia como herramienta de autolegitimación. O para decirlo más cercano a las nociones de cortesía desarrolladas a partir de las teorías de Goffman: la dificultad para considerar la imagen, el rostro de los demás al tiempo que se manifiestan las necesidades personales de expresión. Delata lo comprometida que puede quedar la capacidad de las personas para ver a un paso más allá de las cómodas categorías de sus propios narcisismos. Pero, sobre todo, manifiesta de una forma trágica la dificultad para comprender la idea, más o menos evidente, de que el progreso de la literatura es un proceso en el que colaboramos todos, independientemente del modo como cada uno de nosotros, como individualidad, desea ver realizado ese ideal. Como esta es la idea más compleja, me provoca decir un par de cosas más detalladas respecto a ella.
En ese libro maravilloso y privado que es Los libros de los otros, que agrupa la correspondencia literaria de Ítalo Calvino como editor de Enaudi entre 1947 y 1981, se lee esta maravilla de carta:
Como ya tuve ocasión de observar, está usted siempre demasiado concentrado en su trabajo y no mira bastante el trabajo de los demás. La idea de escribir algo para la música tiene sentido si usted participa en los problemas de la música contemporánea, si quiere que la música sea de esta manera y no de otra.
Lo mismo vale -sobre todo- para la literatura. Usted escribe, escribe, pero lo malo es que siente más gusto en escribir que en leer, cuando escribir quiere decir participar de un trabajo colectivo, tener una idea propia de la situación de la literatura y de una dirección en la que uno quiere desarrollarla. Si no, lo que usted escriba, por bueno o malo que sea, no entra en el discurso general, es decir, no sirve.
En este manuscrito hay también esa falta de criterio estilístico. Se lo devuelvo, con mis saludos cordiales.
El texto de Calvino es pertinente, entre otras cosas, porque señala un elemento iluminador: la literatura en su conjunto es, inevitablemente, un acto social. Lo es debido a su herramienta básica: el lenguaje, cuya naturaleza nos trasciende como individuos concretos. Lo es, en la medida en que implica un proceso de recepción. Lo es, en tanto apela al sentido histórico, político y social del estilo, el gusto, y las complejas (y de hecho nada ingenuas) formas en que ocurre o no su lucro y su difusión.
Al leer el texto principal y los detallados comentarios de algunos de los comentadores del post de panfleto, se comienza a ver claro que el malestar expresado parece soportarse sobre un criterio difícil de comprender, pero en cierta forma unificado: a estas personas no les gusta que la Semana de la Nueva Narrativa no se parezca a lo que ellos consideran que debería ser, entre otras cosas, porque cometen el sencillo error de pensar que el valor de la literatura está dado por sus propias percepciones de lo que debe ser y no por el hecho de existir en un espacio social más amplio.
Esto se expresa de un modo bastante claro en uno de los comentarios del autor del artículo, cuando dice:
En lo personal, yo preferiría mil veces escuchar a un verdadero nuevo como J.M. en lugar de oír las clásicas sandeces y correcciones políticas de nuestros jóvenes famosillos(al margen de ciertas excepciones a la regla).
La intriga de quién podrá ser J.M (¿
no importa, ahí van a estar Leo, Kaury y Vicente, que de seguro desentonarán.
Y más adelante:
Daniel Pratt, me envió un msj, preguntándome si iba a asistir y acordando conmigo para vernos por allá; en particular, porque entre los seleccionados estaban Leo Felipe y Vicente Ulive (dos tipos a los que respetamos)
Allí, por lo visto, se zanja la cuestión:
(a) La preferencia a que vaya, mil veces, el panita J.M.
(b) La tranquilidad por imaginar que están representados unos gallos del propio patio
(c) EL gusto por ver a "dos tipos a los que respetamos".
Tales argumentos de fondo son, en realidad, desconcertantes, si consideramos que una de las quejas más sentida del post y los comentarios es, precisamente, por la existencia de una supuesta rosca literaria que, desde luego, existe convenientemente en la imaginación de los implicados.
En todo caso, y aunque es algo casi vergonzoso, la idea de la rosca tal y como se ha formado en nuestra curiosa mitología nacional es algo que parece necesario comentar, independientemente del irrespeto que eso pueda implicar al más elemental sentido común de los lectores de esta nota. La cosa podría resumirse más o menos así: la Semana de la Nueva Narrativa Urbana es, en principio, una iniciativa privada. Esto quiere decir en su sentido más superficial y más profundo: una agrupación basada en una comunidad de intereses que promueve, o intenta promover, una actividad literaria específica. No es, no pretende ser una organización de beneficencia literaria. No pretende, hasta donde alcanzo a comprender, convertirse en una versión estilizada de una suerte de Latin American Idol en la que todo sujeto tiene el aparente derecho de cantar bien o mal delante de unos jueces que deciden si se queda o no.
Como cualquier iniciativa de libre emprendimiento, la Semana de la Nueva Narrativa Urbana intenta (según creo comprender de su mensaje) invitar a narradores que vienen haciendo un trabajo personal sostenido y darles la sencilla y cómoda posibilidad de leer lo que tengan que leer. No selecciona futuros. Ni siquiera antologiza textos de forma taxativa. Apuesta por la oportunidad de hacerle una razonable vitrina, de generar exposición, a un narrador o narradora que quiera decir lo suyo. Podría no hacerlo. Podría no hacer nada. Pero decide hacer eso.
Una de las personas que comenta en el post, decía:
Precisamente lo que a mí me molesta no es que me hayan dicho que no, que nada de malo tiene. Sino que me hayan dicho: ni siquiera puedes presentar un texto a consideración ya que tienes que tener un mínimo currículum literario y blah, blah, blah.
Bajo ese concepto quedan por fuera cientos de escritores que jamás serían publicados por editoriales importantes. Escritores que se suponen son los que deberían estar invitados a un evento que se llama “semana de la NUEVA narrativa”.
Parece obvio que la persona que hace este comentario sintomáticamente ignora que, en efecto, los organizadores no tienen por qué estar interesados en que queden adentro cientos de escritores que no serán publicados por nadie, pues se trata de una labor de promoción literaria y no de una suerte de programa asistencial de rescate para quienes puedan sentirse o estar en la indigencia literaria.
Lo que es más importante, el autor ignora, como se delata en el texto en cursivas, que la Semana de la Nueva narrativa no tiene por qué ajustar a su criterio de quien se supone que debería ser invitado (está claro que la única respuesta posible a este tipo de argumentos es: haga usted su propio evento de narrativa e invite a todos los escritores del mundo que han sido marginados. O peor: que creen haberlo sido).
Lo que no resulta obvio, pero ahora parece conveniente hacer notar, es que las personas que se dedican a denostar contra el derecho de una gente a montar la actividad que mejor les parece termina valiéndose, de forma significativa, una plataforma independiente como panfletonegro.com, sin siquiera atender al hecho de que tal plataforma es, por sí misma, una valiosa forma de expresión no necesariamente bien aprovechada por ellos mismos. O lo que es lo mismo: un lugar donde podrían organizar su propia expresión narrativa, si es que acaso ese pudiese ser el fin genuino que pudiesen perseguir.
Tengo algunos datos para decir lo que digo. Los descubrí cuando intentaba hacer unos números para el panita Pratt quien, como se comentó más arriba, valora de buena fe el tema del diggeo. Por ese motivo, me tomé la molestia de hacer un listado de los comentarios a la entrada en cuestión. Me detuve el sábado 11 en la mañana. Iban 70 comentarios con diferentes grados de diggeo. De esos 70 comentarios, un total de 58% habían sido hechos por tres usuarios: Sr. Cobranza, aka: Cobra,(17%), John Manuel(20%) y X (21%). Vale decir: la aparente discusión, a la que alguien se le ocurrió mencionar como un éxito comunicacional (sic!), en realidad está inflada por el arrebato solipsista de tres personas. Con menos de eso se escribe un cuento, al menos.
Lo que es peor: para el momento en que realicé esa suerte de quick-count, ninguno de los comentarios de estas tres personas había sido clasificado como irrelevante. De hecho, sistemáticamente, el único usuario catalogado así era uno llamado elmensajedelabotella. Una mirada rápida dejaba ver que los comentarios más radicales, bobos o sencillamente difamatorias, obtenían una que otra calificación negativa, pero no llegaban a ser calificados plenamente como tal.
La conclusión es sencilla: parece ser un hecho que los editores del mundo entero se equivocan con sorprendente frecuencia. Pero también parece ser un hecho que la mente de colmena utilizada del modo en que se utiliza en el presente (vale decir, sin un adecuado proceso de sensibilización de los usuarios) tampoco es que resuelva mayormente la cosa.
De allí, al otro punto: el triste lugar que ocupa el respeto a las personas en este tipo de discusión.
Uno de los aspectos más reveladores viene, precisamente, por la participación de un sujeto que se hace llamar José Sant Roz y que, a la manera de un miembro de los viejos fascis de combattimiento de la era Mussolini, suele escribir sus cositas en el portal pagado por el gobierno llamado aporrea (v.g: "portal alternativo de noticias a favor del gobierno de Hugo Chávez", etcétera), donde, por sólo citar un episodio de retorcido humanismo, alguna vez escribió un artículo titulado: "Ingrid se confiesa: “Nunca he gozado tanto como cuando estuve secuestrada por las FARC”.
A ese comentarista no se le ocurrió otra cosa que escribir un comentario en el que, con razón o sin ella, decide arremeter contra el abuelo de uno de los organizadores del evento, partiendo de la estúpida suposición de que las acciones de terceros pueden servir para calificar a una persona.
Por mucho que se pueda compadecer el aparentemente precario equilibrio psíquico del Señor Sant Roz, resulta claro que acudir a una falacia ad-hominen de esta categoría no es sólo una barbaridad argumentativa, sino una evidente canallada.
La falacia ad-hominen, por cierto, parece ser un sello distintivo de esta discusión en particular, y de este tipo de discusiones en general...me tomaría el trabajo de hacer la lista, si no tuviese algunas cosas más qué decir antes de terminar.
Una de ellas es comentar, precisamente, la insistencia del autor del post para que Héctor Torres comente personalmente en ese lugar y en ese momento.
La posición, que hace explícita la naturaleza troll del post, no deja de resultar significativa cuando se piensa con algo de detenimiento. ¿En base a qué, uno de los organizadores del evento tiene que comentar un post malintenciado y pendenciero que ni siquiera se toma la molestia de corroborar las afirmaciones más temerarias?
Uno sospecha que la suposición de base es que el mero amor propio del blogger es suficiente para que el mundo social responda a sus demandas, sin atender al hecho más o menos obvio que una discusión ocurre en un marco de reglas más o menos compartidas por los miembros de un grupo social.
Uno sospecha que los motivos del autor deben estar seguramente relacionados con esta casi proclama de independencia que dice así:
Por lo demás, cumplo con ejercer mi completo derecho a la disidencia y a la libertad de expresión, al condenar la discriminatoria, cogollérica, cuartorepublicana, bolivariana y stalinista manera de seleccionar los textos y los elegidos a intervenir con sus lecturas en la semana de la nueva narrativa. Y después hablan del gobierno, de Farruco Sesto y de Héctor Soto.
Parece obvio (o, al menos, me lo parece a mí) que una persona que se exprese en esos falsos términos de un evento, opera de una manera bastante desquiciada si cree que, después de eso, uno de los organizadores va a tomarse el tiempo y el trabajo que necesita para, precisamente, hacer que el evento funcione, y en lugar de eso sentarse a puntar una a una las barbaridades de esa frase. ¿Por dónde debe comenzar, por las estrategias utilizadas en la era Iosif Stalin para controlar la libre agrupación?
Habría que agregar que no existe tal cosa como derecho a la disidencia en ese texto. No se es disidente de aquello de lo cual no se tiene por qué pertenecer. En su sentido estricto, se disente cuando se decide rechazar algún orden social establecido que, por su naturaleza hegemónica o normativa obliga a una persona concreta a particiar de él sin su consentimiento. Es casi imposible comprender de qué forma eso podía aplicarse a un evento modesto y bien intencionado como una semana en la que algunos escritores jóvenes tienen una de sus primeras oportunidades de leer sus cosas.
Lo que sí podría haber en el texto del blogger es libertad de expresión, si bien es preciso destacar que se trata de una libertad vagamente mezquina, pues quien afirma todas estas barbaridades no parece creer demasiado en ellas como para avalarlas con su nombre de pila.
Pienso en el ya lejano episodio del J´acusse...! de Emile Zolá, pienso en los riesgos personales que asumió Zolá por el sólo hecho de decir una verdad inmensa como templo y no puedo dejar de registrar la astonómica distancia que existe entre la práctica intelectual del viejo Emile, inicio de todo lo que luego pasaría a ser la posición pública del intelectual, y este triste episodio de difamación y mezquindad.
No es dificil destruir buenas ideas como los portales de autopublicación, por lo visto. O al menos intentarlo.
Lo que sí es dificil, supongo, es llegar a una cuarta edición de una buena iniciativa como la semana de la nueva narrativa. Aquí están los detalles de la invitación.
-Pedro Enrique Rodríguez
Etiquetas: Algo Huele Mal En Dinamarca
At work
viernes, abril 10, 2009
Ahora, Argonáuticas 2.0, detectives literarios, vuelve a incorporar la función de etiquetas para todas sus entradas.
Como seguramente alertarán los actualizadores de feeds de los amigos suscritos a este blog, en los próximos días, los post anteriores volverán a aparecer con sus respectivas etiquetas.
Son las siguientes:
Actos de caligrafía: ejercicios literarios a mano alzada de Coll y Rodríguez
Algo huele mal en Dinamarca: eso. Los malos olores de Dinamarca
Covers: trad. portadas de libros
Detrás de las portadas: comentarios sobre libros
El improbable tocadiscos de Bartók: comentarios sobre música
En bicicleta por el vecindario: materiales de la red
Exposiciones espontáneas: imágenes de un improbable museo de la cotidianidad
La literatura está en todas partes: literatura en sus diversas variantes
Píxeles en la mirada: imágenes
Post-it: informaciones, noticias, anotaciones
The authors studio: textos y comentarios de autores
Etiquetas: Post-it
1984 y la destrucción de libros
miércoles, abril 01, 2009
Todo el mes de marzo ha corrido el mensaje viral de la Guilty Secrets Survey, la encuesta de Spred the Word en la Gran Bretaña. Se trata de una exploración pública (de la que ignoro los detalles técnicos), sobre los libros que la gente dice haber leído, cuando en realidad no lo ha hecho.
La lista quedó así y, como casi era de esperar, tiene un importante sesgo inglés:
1. 1984 by George Orwell (42%)
2. War and Peace by Leo Tolstoy (31%)
3. Ulysses by James Joyce (25%)
4. The Bible (24%)
5. Madame Bovary by Gustave Flaubert (16%)
6. A Brief History of Time by Stephen Hawking (15%)
7. Midnight's Children by Salman Rushdie (14%)
8. In Remembrance of Things Past by Marcel Proust (9%)
9. Dreams from My Father by Barack Obama (6%)
10. The Selfish Gene by Richard Dawkins (6%)
He leído la información en, al menos una decena de blogs, y la verdad es que más allá de un lejano interés antropológico, no tengo demasiado qué decir respecto a la elección de los textos que no sea compadecer a los lectores ingenuos que intentan simular que acometen esa empresa genial (aunque a ratos aburrida) que significa leer el Ulysses de Joyce.
Leo la lista otra vez justo en unos días en los que se descubre la triste historia en la que 62.262 libros de las bibliotecas del estado Miranda fueron vendidos como pulpa de papel durante la infausta gobernación del teniente retirado Diosdado Cabello. Fueron enviados a los molinos, pero esta vez, los molinos no son, no eran, los colosos que atemorizaron a Don Quijote en los desiertos paisajes de Castilla, sino una máquinas trituradoras de palabras.
Dice la nota de prensa de El Nacional, escrita por Laura Helena Castillo:
Los dos tomos tapa dura de las Obras Completas de Rómulo Gallegos, editadas por Aguilar en 1959, pesan 1,2 kilogramos. Eso, a 0,35 bolívares fuertes por kilo -que es lo que paga una fábrica que desmenuza libros para venderlos como pulpa- suma 0,42 bolívares: las piezas más emblemáticas de la memoria cultural venezolana no valen ni un bolívar en el mercado del reciclaje de papel. Por peso, como el queso paisa, se vendieron no sólo muchos ejemplares de la obra de Gallegos, sino los de miles de autores que entraron en la lista de descarte de material de las 36 bibliotecas del estado Miranda que, entre 2007 y 2008, elaboró el Instituto Autónomo de Bibliotecas e Información de Miranda, Iabim, mientras Diosdado Cabello era gobernador. En total, sumaban hasta mediados de esta semana 62.262 libros, pero las auditorías continúan.
"Al que llegue le compramos", es claro Carlos Montecristo, encargado de la Recuperadora 31-35 en El Tambor. El hombre describe su trabajo de disección: "Nos traen los libros y los rompemos para sacarles la pega y la portada. Seleccionamos el material, lo embalamos y lo mandamos al molino". A esa empresa devoradora de letras llevaron los textos que sacaron de las bibliotecas mirandinas. "Sí, los que venían eran de la gobernación, pero nosotros sólo los conocíamos de vista", advierte Montecristo. El destino final es la fábrica Repaveca, en Maracay, donde, entre otros productos, elaboran papel higiénico y servilletas reciclados.
Casi sería dificil encontrar una mejor y más escatológica metáfora de lo que un gobierno puede terminar haciendo con los libros que debería mantener a buen resguardo: papel higiénico.
Casi sería gracioso como historial del absurdo si no fuese tan triste.
Pero el jardín de los senderos que se bifurcan no acaba allí.
La tragedia de la destrucción de libros tiene, como corolario, el hecho de que el presidente de la Biblioteca Nacional de Venezuela durante la trágica destrucción, era, sorprendentemente, el señor Fernando Báez, escritor de dos clásicos contemporáneos sobre la destrucción de libros, Historia Universal de la destrucción de Libros y La destrucción cultural de Iraq, éste último prologado nada más y nada menos que por Noam Chomsky.
No sé si, para seguir con la metáfora de la Historia Universal de la infamia, las simetrías, los espejos concéntricos, el señor Báez en realidad acabe por convertirse en el impostor inverosímil Tom Castro, tal como denuncia con algo de psicoticismo y evidente mal gusto un cierto sujeto habitual de una página de propaganda pagada por el gobierno. En todo caso, lo que sí podemos saber fue lo que Báez tuvo que decir respecto a la destrucción de los 62.262 libros:
"A mí me interesaría conocer de cerca el caso de los descartes de esos materiales. No tengo los informes a la mano, nunca se me reportó nada parecido. El tema me interesa mucho y lo anoté dentro de mis apuntes",
¿Será que pudiese ser un buen material para una nueva Obra donde él mismo, tácitamente, sea uno de los implicados?
El episodio, por supuesto, no puede dejar de hacernos pensar en el sentido dramático que la historia (a través de sus libros conservados de la destrucción y el crimen) nos enseña sobre los gobiernos repletos de militares, de mandatos nacionales y regionales inspirados en el habla gruesa y el hombre fuerte, en el placer de controlarlo todo, en los mitos de idealización de la barbarie.
Virgina Betancourt, antigua directora de la Biblioteca Nacional, señalaba con absoluto sentido común en la misma entrevista de Laura Helena Castillo para El Nacional lo que, después luego, cualquier persona sensata podría estar recordando:
Esta es una práctica común de los gobiernos totalitarios para los que la biblioteca pública es peligrosa, porque el uso de sus recursos contribuye a formar ciudadanos capaces de llegar a juicios críticos y a tomar decisiones personales. Es decir, a ser libres.
Es precisamente hoy, pensando en la tragedia de la destrucción de libros cuando le encuentro, de pronto, un curioso sentido al listado de las lecturas fingidas que reveló la Guilty Secrets Survey; al leer el listado, de pronto se me hizo dolorosamente claro, como en un cuento de Chéjov, el por qué será que la gente dice haber leído el 1.984 de George Orwell sin jamás haberlo leído en realidad.
(Por cierto, en caso de formar parte de ese esquivo 42%, aquí está el link al libro completo).
De entrada, hay un par de cosas que es preciso resaltar sobre esta página imaginaria, todavía no triturada: resulta significativo notar que, en comparación con otros textos de la lista, 1.984 es un texto inmensamente más sencillo y rápido de leer. Orwell, quien no en vano fue un buen periodista y un conocedor del sentido de la propaganda, escribió un libro en clave leve, que no debería implicar muchas otras complicaciones para su lectura que no sean las más elementales, las más cívicas, la pregunta retórica más evidente es, entonces, ¿por qué tanta dificultad para sentarse a echarle un ojo completo al librito?
No intento proponer una teoría del complot, mucho menos sugerir que sostengo por una pata a ese conejo escurridizo que es la verdad, pero debo decir que a un poco de pensarlo creo comprender el terrible motivo sobre el cual se fundamenta esa mentira. Es sencillo y brutal. Me parece que es así: la gente descarta la lectura de 1.984 porque cree conocer su horror, porque cree estar suficientemente enterada de su trama desde la cómoda y simplificada perspectiva de la cultura de masas. La gente no lee 1.984 porque cree que lo poco que sabe sobre las posibilidades del control y la pérdida de la libertad es suficiente, porque en el fondo, de una manera blanda y secreta, no quiere exponerse a su trágica metáfora, porque calladamente quiere imaginar que vive en un mundo mejor. La gente no lee 1.984 por las mismas razones que le cuesta entender la desmesurada dimensión de los campos de concentración, la desmesurada popularidad que en su momento han alcanzado sujetos como Adolf Hitler, Mussolini, Franco, Josip Staling, Fidel Castro, Pol Pot. No lo lee por las mismas razones que no quiere imaginar que un gobierno basado en el pensamiento único, en el poder de fascinación de su caudillo llanero, iluminado por las luces, adornado por las bambalinas, pueda ser algo distinto a lo que han sido todos los gobiernos de inspiración militar de la historia humana. Porque vanidosamente cree estar a salvo, porque anhela estar a salvo. Porque, a plena luz del día, descree con inocente candor del desesperado poder de toda pesadilla.
Imagen vía:skilluminati research
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