Lunes bancario, de madrugada
sábado, mayo 13, 2006
Una de las inmensas maravillas de tener amigos talentosos: las buenas noticias.
La de hoy es esta: el pana Manuel Llorens acaba de ganar el premio de poesía Fernando Paz Castillo, del celarg.
Manuel es uno de mis mejores amigos, lo cual es otra forma de decir que es uno de esos generosos regalos que te da la vida. Son muchos, realmente muchos los momentos importantes (los buenos y los malos) en todos estos años en los que Manuel ha estado presente. Son muchas las horas en las que hemos conversado, en la que hemos compartido intereses, tedios, breves horrores de la vida. Junto a otros amigos entrañables, forma parte de ese extraño e íntimo lugar del afecto que te da el principio de la adultez: el de una familia escogida. Es por eso que este premio me conmueve y me alegra tanto.
La nota de prensa incluye esta cita de la valoración del jurado:
[...] considerando la autenticidad de un tono que atrapa la sensibilidad de su época mediante una estética sostenida, aunada al riesgo en el manejo y combinación de las imágenes
Pienso que la cita es exacta. Pienso que la cita rescata algunos temas básicos del pana: la sensibilidad de una época. La palabra riesgo.
La fascinación y la turbación por ese riesgo.
Supongo que es eso lo que me hace pensar, mientras escribo este post, (de un modo que no es casual), en aquellos años de finales de los noventa en los que el Manolus vivía todavía en los Palos Grandes, en un apartamento con una vista al Ávila con un balcón vertiginoso. Me trae al recuerdo, luego, su apartamento de Chacao desde donde es posible ver (desde otro balcón-terraza sin barandas), la vida y, en ocasiones, hasta ciertas curiosas prácticas privadas de los personajes de un edificio vecino.
Pienso en otra cosa: cierta vez, en unas vacaciones, encontré una postal de unos personajes caminando con pasmosa experticie sobre las altas vigas de una construcción en una ciudad que, se sospecha, debería ser Nueva York. Pensé entonces, y pienso también ahora, que esa imagen correspondía bien con algunas de las complejas obsesiones del pana.
El riesgo es una. Otras, incluso más complejas, más densas, tienen que ver con una cierta sensibilidad para la compasión. Para acercarse a un modo muy personal de la ternura.
Con el pana Manuel frecuentemente me viene a la mente esa cierta condición de levedad que, alguna vez, alabó brillantemente Italo Calvino en un libro que él mismo me regaló en una temporada en la que no paraba de llover, en la que la ciudad y el Ávila se caían.
Cosa que, dicho sea de paso, se parecen mucho a esas historias que, luego, Manuel va y registra. Como quien escribe de madrugada.
La de hoy es esta: el pana Manuel Llorens acaba de ganar el premio de poesía Fernando Paz Castillo, del celarg.
Manuel es uno de mis mejores amigos, lo cual es otra forma de decir que es uno de esos generosos regalos que te da la vida. Son muchos, realmente muchos los momentos importantes (los buenos y los malos) en todos estos años en los que Manuel ha estado presente. Son muchas las horas en las que hemos conversado, en la que hemos compartido intereses, tedios, breves horrores de la vida. Junto a otros amigos entrañables, forma parte de ese extraño e íntimo lugar del afecto que te da el principio de la adultez: el de una familia escogida. Es por eso que este premio me conmueve y me alegra tanto.
La nota de prensa incluye esta cita de la valoración del jurado:
[...] considerando la autenticidad de un tono que atrapa la sensibilidad de su época mediante una estética sostenida, aunada al riesgo en el manejo y combinación de las imágenes
Pienso que la cita es exacta. Pienso que la cita rescata algunos temas básicos del pana: la sensibilidad de una época. La palabra riesgo.
La fascinación y la turbación por ese riesgo.
Supongo que es eso lo que me hace pensar, mientras escribo este post, (de un modo que no es casual), en aquellos años de finales de los noventa en los que el Manolus vivía todavía en los Palos Grandes, en un apartamento con una vista al Ávila con un balcón vertiginoso. Me trae al recuerdo, luego, su apartamento de Chacao desde donde es posible ver (desde otro balcón-terraza sin barandas), la vida y, en ocasiones, hasta ciertas curiosas prácticas privadas de los personajes de un edificio vecino.
Pienso en otra cosa: cierta vez, en unas vacaciones, encontré una postal de unos personajes caminando con pasmosa experticie sobre las altas vigas de una construcción en una ciudad que, se sospecha, debería ser Nueva York. Pensé entonces, y pienso también ahora, que esa imagen correspondía bien con algunas de las complejas obsesiones del pana.
El riesgo es una. Otras, incluso más complejas, más densas, tienen que ver con una cierta sensibilidad para la compasión. Para acercarse a un modo muy personal de la ternura.
Con el pana Manuel frecuentemente me viene a la mente esa cierta condición de levedad que, alguna vez, alabó brillantemente Italo Calvino en un libro que él mismo me regaló en una temporada en la que no paraba de llover, en la que la ciudad y el Ávila se caían.
Cosa que, dicho sea de paso, se parecen mucho a esas historias que, luego, Manuel va y registra. Como quien escribe de madrugada.
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