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Argonáuticas 2.0

Detectivismo Literario

As a fiction writer

sábado, mayo 30, 2009



I think of myself as a fiction writer. The nonfiction thing is a result of a patronage of a Harper’s editor named Colin Harrison who in the early ‘90s started dreaming up marvelous little experiential assignments for me, mostly I think to keep me alive (I was really, really poor in the early ‘90s, though this was mostly my own fault), and then also helped shape them, etc., and they got a good response, etc. etc. And the interesting thing about the U.S. magazine industry is that it runs almost entirely on Herd Instinct, so that if one or two things in Harper’s turn out well, editors at all sorts of other magazines start calling and pitching prose-intensive experiential non-fiction assignments, and even if you take only one in a hundred of these offers (offers that flood in during the interval in which you are considered ‘hot’ by a couple dozen editors who must surely go through one another’s mail), there are still enough for a book pretty quickly…especially considering that magazines will always (a) lavishly overpay you and then (b) feel free to chop and mangle the hell out of your piece before it runs, ignoring your squeaks of protest because it turns out the lavish payment in (a) bout them the right to chop and mangle, which everyone in the Industry appears to understand but you.

Texto Vía: Brief Interview with a Five Draft Man/Amherst College Magazine

Imagen Vía: hodgeblodge

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 8:09 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Oficio de Lectores: por Ana Teresa Torres

domingo, mayo 24, 2009



El pasado jueves 21 de Mayo presentamos Oficio de Lectores: textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas.

La presentación corrió por parte de la escritora y psicoanalista Ana Teresa Torres, quien formó parte del jurado que eligió a Oficio de Lectores como la obra ganadora de la edición 2008 del Concurso Transgenérico de la Fundación para La Cultura Urbana. El bautizo de rigor lo ejecutó la niña argonáutica quien, como se puede deducir de la foto, acababa de maniobrar serenamente con la botella de champagne con más fluidez de la que se podría esperar para una niñita de dos años y medio.

Aquí les dejo el texto que Ana Teresa Torres leyó esa noche:



Presentación de Oficio de Lectores de Pedro Enrique Rodríguez (Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2009)
21 de mayo 2009




Conocí a Pedro Enrique Rodríguez en 2006, cuando Héctor Torres y yo inauguramos la I semana de nueva narrativa urbana, y participó con un cuento titulado “Ulan Bator”, que ya prefiguraba al autor de este libro que hoy presento. Ulan Bator –yo lo ignoraba entonces– es la capital de Mongolia, y el protagonista experimentaba el extraño deseo de viajar allá. De nuevo supe de él, de Pedro Enrique quiero decir, en 2007 porque resultó entre los finalistas del premio internacional de cuentos Juan Rulfo, que por cierto ganó en una oportunidad Salvador Garmendia. Y luego, en 2008, me lo encontré de sopetón entre los manuscritos enviados al VIII premio transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana, con el título Oficio de lectores. Textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas, bajo el seudónimo de Rodrigo Coll; pero como no soy visitante de blogs, no podía saber que ése fue durante un tiempo su heterónimo cibernético. Mi primera lectura del texto, como jurado, me entusiasmó por lo bien escrito y por lo novedoso de la propuesta, dentro de su generación, y en general, en la narrativa venezolana. No tenía ninguna duda de que sería mi favorito, a pesar de que al concurso se habían presentado un buen número de premiables. Deseaba que el resto del jurado pensara igual que yo, y me alegró mucho que así fuera. De modo que hoy Pedro Enrique Rodríguez inicia su carrera literaria con su primer libro individual. Suele gustarme imaginar los derroteros que seguirá un joven escritor, pero en este caso cualquier apuesta sería aventurada. El libro se abre como un menú a la carta: desde el ensayo a la ficción, del cuento fantástico al realista, de la crítica a la autoficción, de la crónica breve a la pesquisa literaria, pasando por algún momento poético; en fin, aquí hay dónde escoger. Esto en cuanto a la introducción del Pedro Enrique escritor; en cuanto al Pedro Enrique psicólogo debo decir que tiene una hoja de vida bastante impresionante para quien anda rozando los 35 años. Tengo cierta experiencia en el asunto y me permito aconsejarle que se vaya preparando para una pregunta infaltable en su futuro rol de entrevistado, la cual, con discretas variantes, consiste en que deberá explicar cuánto de lo que escribe se lo debe a la psicología, o cuánto hay en su trabajo psicológico de literario. Para ello, colega, lo mejor es que montes de una vez una respuesta convincente, y te aseguro que con el tiempo tú mismo quedarás convencido, porque la verdad es que tan inexplicable es ser psicólogo y escritor, como ingeniero y escritor, o vendedor de seguros, y hasta ama de casa desempleada. Para ayudarlo en la tarea voy a citar un párrafo del libro que dice así: “No existe nada de malo en la realidad. Sin embargo, tampoco existe nada de malo en el deseo de elevarse sobre ella y explorar otros universos, de vivir otras aventuras”. Como siempre he pensado que lo mejor de leer y de escribir es que es un método para vivir varias vidas a la vez, no me resultaría difícil pensar que alguien que tiene que resolver las de personas que provienen de contextos de multiproblematicidad, sienta de vez en cuando el irrefrenable deseo de viajar a Ulan Bator.

Pero ya es tiempo de entrar en materia. En la segunda lectura tomé algunas notas, y las transcribo a continuación. Puede, en primer lugar, leerse de varias maneras. Una posibilidad sería seguir las piezas breves de un ensayista, pero también como el diario de quien produce una novela sobre la que titubea en cuanto al orden de los capítulos. El texto confirma el poder de la escritura para dirigirse desde cualquier parte hacia cualquier otra, porque su destino no es llegar sino crear un espacio textual en el que la anécdota se desplace libremente, sin énfasis ni privilegios, y con la posibilidad de que cualquiera de ellas ocupe el lugar del desenlace. Por otro lado, la simultaneidad de la literatura: cómo se puede viajar de un trovador del siglo XIII a Nabokov pasando por Chejov. Y la variedad de ventanas que se abren a la mirada literaria. Me detengo en la noción de ventana porque en el primer fragmento, titulado “Fábula”, el escritor se plantea frente a la hoja de papel, que desde ella pudiera verse toda la habitación, o “el reflejo del atardecer que entra por la ventana”, y a partir de ésta y otras visiones comenzaría a desplegarse un mundo imaginario que sería el motivo de la escritura por venir.

Una escritura que, a mi parecer, se construye en los bordes de la literatura, como en un ejercicio de enroscarse alrededor de las líneas seleccionadas bajo claves muy personales. Una escritura que opera conceptualmente, como una intervención en la obra de otro, y que de ese modo compone un nuevo texto; como sería el caso del prólogo de El nombre de la rosa, que, en su detectivismo literario, el autor nos informa (o nos recuerda) es una pequeña narración ficticia, aparentemente descriptiva, con la que Umberto Eco interviene su propia ficción que es la novela que sigue.

Un texto literario es menos lo que dice que lo que sugiere, y todo el libro es una inquietante sugerencia que nos devuelve al fervor de la lectura que, entre una cosa y otra, a veces se nos escapa. Para mi tercera lectura, ya con el propósito de escribir estas líneas, escogí una tarde de domingo un tanto lluviosa y presísmica, en la que dejé al autor llevarme de nuevo a Borges, o a la abadía donde Adso de Melk –otro detective literario– investigaba acerca de monjes asesinos y un tanto dementes; o a dar un paseo insólito como el que proponen Alberto Manguel y Gianni Guadalupe en un libro que no conozco, y que tiene el maravilloso título de ofrecerse como una Breve guía de lugares imaginarios; o a los tres mosqueteros, para recorrer lo que el autor llama “turismo de anacronías”, por unas calles de París que, al parecer, no existían en tiempos de Dumas; o también a sonreír con una parodia de estilos que nos remiten a viejos amores como Cortázar o Cabrera Infante, y nos divierte con la imitación de Gallegos o de Lezama. Y aquí me detengo, porque el recorrido es muy variado y no creo que deba contarlo todo sino dejar a los lectores que hagan el suyo.

En síntesis, Pedro Enrique Rodríguez es fiel a sí mismo cuando en alguna línea dice: “la verdad del texto está fuera del texto”, y aun cuando no pareciera por su hoja de vida ser un discípulo lacaniano, en verdad la frase es un sentido homenaje al maestro. Si Lacan no dijo esa frase, estoy segura de que la pensó, y pudiera ser motivo de algún futuro detectivismo psicoliterario, pero, por ahora, contentémonos con la idea que subyace, y es que dentro del texto no se puede comprender la diferencia entre un texto de ficción y un texto verídico. De lo cual se concluye que no podremos nunca estar del todo seguros de que el autor cumplió con todas las lecturas, que como hombre de academia rigurosamente cita, y quizá nos ha venido engañando desde el principio, y todas sus pesquisas no son otra cosa que el relato de un escritor en busca de tema. En todo caso, nosotros también podríamos engañarlo y decirle que todo lo que hacemos al leerlo es intervenir su texto para que otro especulador narrativo lo relea. Por el momento, felicitaciones a Pedro Enrique y mucha suerte en este oficio de escritores. ¡Ah!, y una advertencia: cuídate de Rodrigo Coll, hay fuertes rumores de que te va a demandar por plagio.


-Ana Teresa Torres

Imagen: presentación de Oficio de Lectores, Jueves 21 de Mayo, 2009.

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 6:40 p. m. | Enlaces | 5 comentarios |

Oficio de Lectores: Presentación, Ana Teresa Torres


Presentación de Oficio de Lectores de Pedro Enrique Rodríguez (Caracas: Fundación para la Cultura Urbana, 2009)
21 de mayo 2009




Conocí a Pedro Enrique Rodríguez en 2006, cuando Héctor Torres y yo inauguramos la I semana de nueva narrativa urbana, y participó con un cuento titulado “Ulan Bator”, que ya prefiguraba al autor de este libro que hoy presento. Ulan Bator –yo lo ignoraba entonces– es la capital de Mongolia, y el protagonista experimentaba el extraño deseo de viajar allá. De nuevo supe de él, de Pedro Enrique quiero decir, en 2007 porque resultó entre los finalistas del premio internacional de cuentos Juan Rulfo, que por cierto ganó en una oportunidad Salvador Garmendia. Y luego, en 2008, me lo encontré de sopetón entre los manuscritos enviados al VIII premio transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana, con el título Oficio de lectores. Textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas, bajo el seudónimo de Rodrigo Coll; pero como no soy visitante de blogs, no podía saber que ése fue durante un tiempo su heterónimo cibernético. Mi primera lectura del texto, como jurado, me entusiasmó por lo bien escrito y por lo novedoso de la propuesta, dentro de su generación, y en general, en la narrativa venezolana. No tenía ninguna duda de que sería mi favorito, a pesar de que al concurso se habían presentado un buen número de premiables. Deseaba que el resto del jurado pensara igual que yo, y me alegró mucho que así fuera. De modo que hoy Pedro Enrique Rodríguez inicia su carrera literaria con su primer libro individual. Suele gustarme imaginar los derroteros que seguirá un joven escritor, pero en este caso cualquier apuesta sería aventurada. El libro se abre como un menú a la carta: desde el ensayo a la ficción, del cuento fantástico al realista, de la crítica a la autoficción, de la crónica breve a la pesquisa literaria, pasando por algún momento poético; en fin, aquí hay dónde escoger. Esto en cuanto a la introducción del Pedro Enrique escritor; en cuanto al Pedro Enrique psicólogo debo decir que tiene una hoja de vida bastante impresionante para quien anda rozando los 35 años. Tengo cierta experiencia en el asunto y me permito aconsejarle que se vaya preparando para una pregunta infaltable en su futuro rol de entrevistado, la cual, con discretas variantes, consiste en que deberá explicar cuánto de lo que escribe se lo debe a la psicología, o cuánto hay en su trabajo psicológico de literario. Para ello, colega, lo mejor es que montes de una vez una respuesta convincente, y te aseguro que con el tiempo tú mismo quedarás convencido, porque la verdad es que tan inexplicable es ser psicólogo y escritor, como ingeniero y escritor, o vendedor de seguros, y hasta ama de casa desempleada. Para ayudarlo en la tarea voy a citar un párrafo del libro que dice así: “No existe nada de malo en la realidad. Sin embargo, tampoco existe nada de malo en el deseo de elevarse sobre ella y explorar otros universos, de vivir otras aventuras”. Como siempre he pensado que lo mejor de leer y de escribir es que es un método para vivir varias vidas a la vez, no me resultaría difícil pensar que alguien que tiene que resolver las de personas que provienen de contextos de multiproblematicidad, sienta de vez en cuando el irrefrenable deseo de viajar a Ulan Bator.

Pero ya es tiempo de entrar en materia. En la segunda lectura tomé algunas notas, y las transcribo a continuación. Puede, en primer lugar, leerse de varias maneras. Una posibilidad sería seguir las piezas breves de un ensayista, pero también como el diario de quien produce una novela sobre la que titubea en cuanto al orden de los capítulos. El texto confirma el poder de la escritura para dirigirse desde cualquier parte hacia cualquier otra, porque su destino no es llegar sino crear un espacio textual en el que la anécdota se desplace libremente, sin énfasis ni privilegios, y con la posibilidad de que cualquiera de ellas ocupe el lugar del desenlace. Por otro lado, la simultaneidad de la literatura: cómo se puede viajar de un trovador del siglo XIII a Nabokov pasando por Chejov. Y la variedad de ventanas que se abren a la mirada literaria. Me detengo en la noción de ventana porque en el primer fragmento, titulado “Fábula”, el escritor se plantea frente a la hoja de papel, que desde ella pudiera verse toda la habitación, o “el reflejo del atardecer que entra por la ventana”, y a partir de ésta y otras visiones comenzaría a desplegarse un mundo imaginario que sería el motivo de la escritura por venir.

Una escritura que, a mi parecer, se construye en los bordes de la literatura, como en un ejercicio de enroscarse alrededor de las líneas seleccionadas bajo claves muy personales. Una escritura que opera conceptualmente, como una intervención en la obra de otro, y que de ese modo compone un nuevo texto; como sería el caso del prólogo de El nombre de la rosa, que, en su detectivismo literario, el autor nos informa (o nos recuerda) es una pequeña narración ficticia, aparentemente descriptiva, con la que Umberto Eco interviene su propia ficción que es la novela que sigue.

Un texto literario es menos lo que dice que lo que sugiere, y todo el libro es una inquietante sugerencia que nos devuelve al fervor de la lectura que, entre una cosa y otra, a veces se nos escapa. Para mi tercera lectura, ya con el propósito de escribir estas líneas, escogí una tarde de domingo un tanto lluviosa y presísmica, en la que dejé al autor llevarme de nuevo a Borges, o a la abadía donde Adso de Melk –otro detective literario– investigaba acerca de monjes asesinos y un tanto dementes; o a dar un paseo insólito como el que proponen Alberto Manguel y Gianni Guadalupe en un libro que no conozco, y que tiene el maravilloso título de ofrecerse como una Breve guía de lugares imaginarios; o a los tres mosqueteros, para recorrer lo que el autor llama “turismo de anacronías”, por unas calles de París que, al parecer, no existían en tiempos de Dumas; o también a sonreír con una parodia de estilos que nos remiten a viejos amores como Cortázar o Cabrera Infante, y nos divierte con la imitación de Gallegos o de Lezama. Y aquí me detengo, porque el recorrido es muy variado y no creo que deba contarlo todo sino dejar a los lectores que hagan el suyo.

En síntesis, Pedro Enrique Rodríguez es fiel a sí mismo cuando en alguna línea dice: “la verdad del texto está fuera del texto”, y aun cuando no pareciera por su hoja de vida ser un discípulo lacaniano, en verdad la frase es un sentido homenaje al maestro. Si Lacan no dijo esa frase, estoy segura de que la pensó, y pudiera ser motivo de algún futuro detectivismo psicoliterario, pero, por ahora, contentémonos con la idea que subyace, y es que dentro del texto no se puede comprender la diferencia entre un texto de ficción y un texto verídico. De lo cual se concluye que no podremos nunca estar del todo seguros de que el autor cumplió con todas las lecturas, que como hombre de academia rigurosamente cita, y quizá nos ha venido engañando desde el principio, y todas sus pesquisas no son otra cosa que el relato de un escritor en busca de tema. En todo caso, nosotros también podríamos engañarlo y decirle que todo lo que hacemos al leerlo es intervenir su texto para que otro especulador narrativo lo relea. Por el momento, felicitaciones a Pedro Enrique y mucha suerte en este oficio de escritores. ¡Ah!, y una advertencia: cuídate de Rodrigo Coll, hay fuertes rumores de que te va a demandar por plagio.


-Ana Teresa Torres

Imagen: presentación de Oficio de Lectores, Jueves 21 de Mayo, 2009.

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 3:56 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |

El Nacional, 22 de Mayo, 2009

sábado, mayo 23, 2009


(Para ampliar, hacer click sobre la imagen)
Vía: El Nacional

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 7:15 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Oficio de Lectores: Presentación

miércoles, mayo 20, 2009

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 11:16 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Oficio de Lectores: nota de prensa

martes, mayo 19, 2009

La Fundación para la Cultura Urbana presenta el libro ganador del VIII Premio Transgenérico

OFICIO DE LECTORES, DE PEDRO ENRIQUE RODRÍGUEZ
Textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas

El libro será presentado el próximo jueves 21 de mayo, a las 7:00pm en la sede del Grupo de Empresas Econoinvest, ubicada en la Av. Francisco de Miranda, Torre Mene Grande, Espacios Abierto, PB. Las palabras de presentación estarán a cargo de la escritora Ana Teresa Torres

Oficio de lectores: textos de detectivismo literario y especulaciones narrativas, del narrador y psicólogo clínico venezolano Pedro Enrique Rodríguez, es un perfecto ejemplo de la naturaleza del Concurso Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana: una apuesta libre y arriesgada por la visión contemporánea del entrecruzamiento de los géneros de escritura, por la convivencia y la comunión de puntos de vista diversos y a veces antagónicos. El certamen, cuyo jurado seleccionador de la pasada edición de 2008 estuvo compuesto por Ana Teresa Torres, Ramón Guillermo Aveledo y Miguel Osío, otorgó a la obra de Rodríguez su premio único, dado que, en palabras del jurado mismo, este texto “analiza, especula, narra y crea, ofreciéndonos una propuesta novedosa en la literatura venezolana, especialmente interesante por su singularidad y contemporaneidad”. Hoy día, pocos meses después de la entrega del premio, este interesante texto literario se anuncia al público como la más reciente adición al catálogo editorial de la Fundación para la Cultura Urbana, dentro del renglón de honor de los textos ganadores del Concurso Anual.

Quien se adentre en las páginas de Oficio de lectores hallará, como lo dice el mismo autor, “al mismo tiempo, uno y varios libros”, integrado (o integrados) por un desfile textual de autores leídos por el autor, temas narrativos de su interés particular, reflexiones bibliográficas e incluso interrogantes sobre el oficio mismo de la lectura. Estas son, en fin, pistas, en el mejor sentido policial, para que el lector haga, junto al autor, las veces de investigador literario: para que rastree señales y tópicos, para que recomponga miradas paraliterarias, visiones históricas y visiones ficcionales, en fin, un mosaico complejo de textos breves, amenos, que construyen también, en conjunto, “una velada forma de autobiografía, pues en el silencioso juego de sus temas y sus imaginaciones, también está una parte de quien lo escribió”, como acota el autor en su prefacio.

Finalmente, con la publicación de esta nueva obra ganadora, la Fundación para la Cultura Urbana consolida aún más la trayectoria de su principal medio de promoción y difusión literaria, el Concurso Anual Transgenérico, que arriba ya a su noveno año consecutivo, ofreciendo a los escritores, investigadores e intelectuales del país un espacio firme y constante de participación, único en su talante transgenérico. Vale decir, por último, que esta composición plural, abierta y contemporánea coincide con la manera misma en que se dan hoy en día los procesos y el flujo de la información y la cultura, en nuestras ciudades modernas. Pensar la ciudad parece ser, recientemente, pensar en lo mixto, lo heterogéneo y lo plural.


Para mayor información usted puede contactar a:

Gabriela Lepage
glepage@cultura-urbana.com
278.46.78 – 0424.1431447

Valentina Moreno
vmoreno@cultura-urbana.com
278.53.10- 0412.963.58.99

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 6:48 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Oficio de Lectores: Presentación

domingo, mayo 17, 2009



Fecha: Jueves 21 de mayo de 2009
Hora: 7:00 pm
Espacios Abiertos de Econoinvest, Av. Francisco de mirada, Torre Mene Grande, PB

Estacionamiento disponible hasta las 10:00 pm

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 9:51 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Oficio de Lectores: veredicto

Veredicto:
Reunido en Caracas, el 12 de septiembre de 2008, luego de revisar las obras presentadas, el Jurado designado por la Fundación para la Cultura Urbana para fallar el Concurso Anual Transgenérico, decide:Único: Se otorga el Premio correspondiente a 2008 a la obra Oficio de Lectores suscrita con el seudónimo Rodrigo Coll por su autor Pedro Enrique Rodríguez, cuya mirada culta e inteligente analiza, especula, narra y crea, ofreciéndonos una propuesta novedosa en la literatura venezolana, especialmente interesante por su singularidad y contemporaneidad.


Ramón Guillermo Aveledo
Ana Teresa Torres
Miguel Osío Zamora

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 8:37 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Friday´s Links

viernes, mayo 15, 2009




Es viernes. Ayer pasé una noche entera junto a la niña argonáutica, quien ya no es una ardilla punk, pero que aún así gusta musicalizar nuestras veladas con un sountrack que, invariablemente, incluye Suspicious Minds y Devil in disguise, dos canciones que (sospecho que por influencia de Lilo & Stitch) la niña argonáutica valora con la correspondiente devoción de un youtuber con una bolsa de potato-chips.

Estando en eso, terminé por hacer algunos hallazgos interesantes. Aquí van.

Uno: descubrí que existe un diccionario obvio, imprescindible y, sin embargo, hasta ayer desconocido por mí: es el Urban Dictionary. Un lugar en el que, por ejemplo, se puede saber qué significa algo tan raro como esto: wwjkd.

(Esta es la respuesta:

What Would James Kirk Do? When stuck in a life-threatening, impossible situation with no realistic plausible means of escape, only a plan thought up by James "Jim" Kirk would work.

Person 1: OK, were stuck in an underground cavern on a distant planet with no access to the surface.

Person 2: We need a plan. WWJKD?
)

Nada mal, ¿no?

Dos. El Comrade GeorgeLetralia me ha hecho llegar, vía email, una nota que dice así:

El escritor venezolano Edgar Borges acaba de publicar su más reciente título, ¿Quién mató al doble de Edgar Allan Poe?, en una edición bilingüe en español e inglés que puede ser adquirida en formato digital desde la web de la venezolana Editorial Letralia, y que además llegará a las librerías en versión impresa que será publicada en junio por la editorial española Grup Lobher.

Soy un fanático absoluto de la literatura exponencial, el hipertexto literario, la transliteralidad o como quiera que se quiera llamar a ese principio de sorpresa que se esconde detrás de toda forma de hacer literatura tomando, como punto de partida, la propia literatura. Bien por Letralia que se interese en la edición de ese libro. Aquí está el link a la nota de prensa.

Tres. En el mismo registro novelístico: John Manuel Silva, otro blogger de la red local, (siguiendo el camino que inició brillantemente mi amigo Javier Miranda-Luque con Malditaweb) se ha lanzado con una cybernovela. Se llama La película del ateo. Este es el link. Comienza así:

Nunca ha aparecido un pene en el cine nacional. Al menos, eso creo. Tengo mis dudas, pero estoy seguro: en el cine venezolano nunca ha aparecido un pene. Han aparecido muchas vaginas, que en el cine nacional se nombran sin pudores, cucas, a secas, pero ningún güevo.

Cuatro. Algo más: acabo de leer por estos días un post brillantemente escrito sobre la izquierda (es decir, no necesariamente sobre la mano izquierda, sino sobre la izquierda ideológica), firmado por Vicente Ulive-Schnell. Se titula Memoria de mi izquierda, puta y triste. Se puede leer justo aquí. No tiene desperdicio. No dudo que refleja de forma fidedigna lo que muchas personas que apreciamos los valores de la izquierda pensamos sobre su banalización y distorsión neoglobalizada de los últimos tiempos.

Cinco. Aunque pueda parecer mentira, ahora podemos (y debemos) decir que existió un tiempo en el que el gobierno del incivil Francisco Franco, remoto padre espiritual de más de un militarismo latinoamericano de izquierda o de derecha (en el caso de los militares, son siempre lo mismo), maniobró ante las productoras de Hollywood, nada más y nada menos que para censurar la obra del querido Hernest Hemingway. La nota, registrada por Moleskine Literario, está aquí. Allí se lee este pasaje, por ejemplo:

Así, en 1942 el cónsul de España en Los Ángeles escribió en una carta al ministro español de Asuntos Exteriores que estaba revisando el guión de Por quién doblan las campanas, en el que se cambió la palabra "rebeldes" por "nacionales", mientras que "leales" se sustituyó por "republicanos". "La industria del cine estadounidense fue cómplice de Franco en la censura a Hemingway", porque en 1942 "todo el mundo estaba contra Hitler, EEUU no quería tener otro enemigo en Franco y había que complacerle", según Laprade, que ha destacado que del guión original de la citada película se suprimió una escena "en la que los falangistas violaban a la protagonista, María".

Seis. Hace unas semanas, el pana Gustavo Valle contaba en un correo electrónico el nacimiento de la revista cuatrocuentos desde Argentina. Hace poco me di una vuelta por allí y leí un magnífico cuento del venezolano Salvador Fleján, titulado:miniatura salvaje. Comienza así:

Roberto Bolaño, alberca del Hotel Ávila, Caracas, julio de 1999.
Puede que todo haya sido culpa de Domingo Miliani, aunque visto los acontecimientos lo más probable es que no sea cierto. Sin embargo (y ahora que me lo pienso detenidamente): ¿a quién demonios puede importarle ese detalle?

A propósito, y lo que sigue a continuación tendría que ir entre paréntesis: Domingo Miliani es uno de los pocos genios que conozco. Los otros, los demás, son poetas. Pero Domingo Miliani no. Domingo Miliani es ensayista. En él, me parece, se concentran todas las utopías a la que aspira el escritor latinoamericano. ¿Qué veo cuando veo a Domingo Miliani? Veo a un hombre valiente e inteligente, veo a un hombre bueno. Pero ahí está que no le hicimos caso. Entre otras razones porque no le hemos hecho caso a nadie, salvo a Rimbaud y Lautremont. No hacerle caso a Miliani, como es obvio deducir, acarreará consecuencias. ¿Cuáles? La verdad no las tengo muy claras. Sin embargo, y cuando me pongo a pensar en ellas, las palabras “horror” y, específicamente “catástrofe”, me vienen a la mente como un tren descarrilado.

En fin. Suficiente material para sustituir por un momento la pantalla opalina de un televisor por un fin de semana de lecturas entre potato-chips.

Imagen vía:vargucci

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 5:42 p. m. | Enlaces | 2 comentarios |

Der Himmel über Berlin (und Caracas)

jueves, mayo 07, 2009



A mi papá, In memoriam.


A principios de los noventa el muro de Berlín ya había caído. Mijahil Gorvachov acababa de jugar su partida final en el intrincado ajedrez de la perestroika que supuso, también, su propia demolición. George Bush Senior (es un eufemismo) era presidente de los Estados Unidos en sucesión de Reagan. Un teniente coronel daba un golpe de estado relativamente sangriento, relativamente inepto, relativamente confuso en Venezuela. Mis padres acababan de divorciarse: mamá llevaba una mano hasta su boca en una cocina que antes no existía en mi vida. Papá veía el humo de su cigarrillo con la vista fija sentado en otro lugar, vestido con camiseta y bermudas, a todavía más de quince años de su muerte.

Vivía en una ciudad plana donde los pájaros eran objetos afilados y en la tarde los árboles tenían una oscuridad que guardaba algún presagio. Acababa de entrar en la adolescencia y me sentía solo y triste, con la certeza implacable de saber que la vida podía ser un lugar doloroso y ruin. Pero también tenía esperanzas. Confusamente algo latía y ese algo era bueno. Apenas uno, dos años atrás, al inicio de las vacaciones escolares, entré a la biblioteca de una amiga de la familia y me llevé tres libros. Los leí con fascinación, con maravilla, con desasosiego en una habitación fría y silenciosa desde la que podía ver una simétrica hilera de pinos, donde una casa de piedra y techo de tejas rojas mantenía un gallo en su ángulo más alto. Ahora, caminaba por las avenidas de aquella ciudad plana, por las tardes de diciembre donde un sol imposible estallaba con algo de la lánguida procacidad de un huevo frito. Leía con ingenuidad, pero esa sencillez se sostenía sobre un movimiento intuitivo que me orientaba a los lugares donde estaba, también, la vida.

Me orientaba por la fuerza de la atracción. Terminaba un libro y podía sentir que si ese libro construía un mundo, entonces esa ficción era una buena ficción. Cuando vi una copia de Las Meninas en una casa de jardines olvidados, donde una silla de playa moría de tedio bajo una glorieta rota y una adolescente esquiva simulaba un rapto de una enfermedad ingenua y melancólica, no necesité saber que era una obra de Velásquez y que era un punto virtuoso en la historia de la pintura. Sólo necesité la explosión de un torrente privado, la sutil turbación de sorpresa y fascinación para entender que era algo hermoso, para comprender que la vida escondía una desesperada belleza detrás del mundo silencioso que habitaba.

Descubrí la belleza de la literatura, de la pintura, de la música en una época opaca de mi vida, casi en silencio, alentado por algunas personas bondadosas que me prestaron libros, que no hipotecaron mi interés con discursos grandilocuentes, con episodios de falsa importancia. Supongo que es por esa razón que jamás he sentido que la literatura (que cualquier manifestación del arte) pueda ser equiparada con un imperativo ideológico, un trámite de burócratas, un ejercicio de simulaciones. Supongo, además, que esa es la razón secreta por la que siempre he descreído de las prescripciones de exquisitez literaria, de las señoras persistentes que medran en las salas de las exposiciones y describen con opacidad y hastío el sentido de un poema, el secreto de una pieza de Brahms con un rostro desvastado por la mediocridad de una vida donde no existió jamás la pasión, por un gesto que delata el cálculo privado de un confusos privilegios, de anticuados sueños de distinción y refinamiento.

En mi historia privada, en el modesto y personal recorrido de mi propia existencia, el arte me salvó de una adolescencia descorazonada y todo lo que pueda decir en su favor es infinitamente menos elocuente y burocrático que unas cuantas palabras escritas en itálicas y con ribetes vagamente académicos.

Ahora, cuando mi papá acaba de morir, cuando mi primer libro en solitario acaba de aparecer en las librerías de Caracas, no me queda más remedio que pensar que todo eso comenzó allá, a lo lejos, que en una cierta vaga y melancólica manera, sostengo un trozo del muro de Berlín en la desnuda palma de mi mano. Creo que entiendo. Creo, en paz, que hay algo qué agradecer en todo este tiempo. Es lo que hago ahora. En silencio, en soledad, agradezco.

Imagen vía: voiceover

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 7:54 p. m. | Enlaces | 9 comentarios |

Errar por los bosques



En cuanto a nosotros, leeremos, escribiremos y erraremos por los bosques

De una carta de Sigmund Freud a su hija Anna. Viena, IX, Berggasse, 19, 7 de Julio, 1908.

Imagen vía: sigmundfreud.quickseek.com

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 10:00 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |