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Argonáuticas 2.0

Detectivismo Literario

Tolstoi y la desmesura

miércoles, marzo 11, 2009


Siempre he querido a Tolstoi. Lo he hecho desde una época remota, cuando comencé a descubrir sus libros de carátulas tristes y raídas en las tiendas de viejo que entonces existían en la ciudad vasta y plana donde nací. Era una época en la que todavía era un niño y sentía cierta diversión en espantar las palomas de una plaza con un águila y un piso ajedrezado, una época en la que mamá solía complacerme y entrar al espectro de un museo de antropología que yo recorría con una avidez que no podía entender. ¿Cómo podría saber entonces que con los años amaría escribir? ¿cómo saber, ante esa realidad vívida, con ese aire vagamente enrrarecido por el vuelo de los pájaros, el crujido de la madera y el grito de los rincones oscuros de un museo, que en realidad me preparaba para alimentar el dulce dolor de una nostalgia privada? Ya, desde entonces, yo quería a Tolstoi.

Lo quise más cuando algunos años después leí La muerte de Iván Ilich bajo una bombilla amarillenta desde una ventana que señalaba a la misma ciudad, pero esta vez gris y encapotada, y comprendí de una vez y para siempre que la muerte era una cosa extraña que daba pena y que alguna vez me ocurriría a mí.

Lo seguí queriendo cuando compré mi primera edición de Guerra y Paz, un libro de formato grande, con ilustraciones románticas y páginas amarillas. Igual ocurrió cuando, aún después, me hice de una linda edición de Anna Karenina, una novela que (por un pertinaz sentido de la asociación), nunca dejo de asociar con el rostro de Omar Sharif en la versión cinematográfica del Doctor Zhivago de Pasternak.

Hace un rato, leyendo esa maravilla que es el Moleskine Literario de Iván Thays, me encontré con una referencia a un texto escrito por Guillermo Saccomanno en el radar de libros de Página/12.

La parte que más me gustó del texto de Saccomanno dice así:


A los cincuenta años, cuando podría reposar en su fama de artista y hacendado, Tolstoi lanza Mi confesión: “Sentí que aquello en que se apoyaba mi vida se rompía, que no encontraba ningún asidero, que lo que había construido mi vida ya no existía, que moralmente no podía vivir”. En el mismo período de crisis escribe el ensayo ¿Qué es el arte?, dueño de una mordacidad que le significará un camino sin retorno. Le indigna que una gorda soprano gesticulando a los gritos, como si alguien pudiera así expresar sus sentimientos con tanta estridencia, o un director de orquesta, con ese autoritarismo caprichoso típico, puedan ganar más que el obrero detrás de escena que se amasija como tramoyista. Le indigna que se gasten millones de rublos en academias, teatros y conservatorios, y apenas la centésima parte en educación. Le indigna que, en las grandes ciudades, centenares de millares de obreros –carpinteros, albañiles, pintores, tapiceros, sastres, peluqueros, joyeros, impresores– consuman su vida en trabajos forzados para satisfacer la necesidad de “arte” de un público aburrido y pretencioso. Tolstoi traza un relevamiento concienzudo de las discusiones sobre estética desde la antigüedad. No hay disciplina como la estética que se haya prestado, según Tolstoi, a tantas y tantas lucubraciones abstrusas. Y la definición de belleza, en tanto, sigue en discusión. Cualquier petimetre habla de arte, pero nadie sabe para qué sirve. A una edad en que tantos se jubilan y apoltronan, Tolstoi carga contra los críticos, las modas y la frivolidad, da vuelta otra página de su biografía y se dedica a construir escuelas, redactar un Nuevo Abecedario, una compilación de relatos brevísimos, y cuatro Libros rusos de lectura. Contra los juicios más adversos, estos libros venden más de un millón de ejemplares. Tolstoi se explica: “Mi ambicioso sueño es el siguiente: que durante dos generaciones todos los niños rusos, tanto los de la familia imperial como los de los mujiks, se formen con estos libros y extraigan sus primeras impresiones poéticas, y yo pueda morir en paz”.

Una maravilla tan desmesurada e inmensa como la misma Rusia, ¿no?

Imagen vía:micaelamontes

Etiquetas:

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 2:13 p. m.

4 Comments:

Señor Coll, qué título tan bonito se le ha ocurrido para el post. Y sí, mi primer encuentro con Tolstoi también fue La muerte de Ivan Ilich, ese cuento tétrico y maravilloso, lleno de efluvios, de condena.

Un abrazo!
Así es, DonCapo. Es como leer una condena.

Qué bueno tener noticias suyas. Otro abrazo de vuelta.
commented by Anonymous Anónimo, marzo 15, 2009 9:52 p. m.  
Estimado amigo Rodrigo Coll, creo haberte contado en una ocasión que la lectura fue una actividad absolutamente repudiada por mi persona, a lo largo de la infancia y casi toda mi adolescencia. El origen de tal actitud, hostil y pedante, aún no lo tengo del todo claro, pero si recuerdo con exactitud que al entrar a la Universidad empecé a sentir, al menos cierta curiosidad por tomar un libro de manera voluntaria a fin de adentrarme en la historia que contenía. Sin embargo, ese libro-iniciación, no lo conseguí en la gran biblioteca de la academia, sino entre unos viejos trastos que había abandonado el dueño anterior del apartamento donde vivía con mi familia.
Allí, cubierto de polvo, pre-existía un libro antiguo, de tapa dura, rugosa y verde, titulado: “La muerte de Iván Ilich”. Decidí entonces, que leería esa obra. Dicha determinación estaba apoyada en una especie de emoción juvenil-arqueológica-casera, pues lo había encontrado explorando viejas huellas-objeto que alguien había dejado luego de habitar y transitar esa diminuta geografía urbana; y por otro lado, a nivel más práctico, el libro no me había costado nada, pues en aquellos días no me planteaba gastar los pocos bolívares que me cedían mis padres para comprar un objeto y llevar a cabo una actividad que hasta el momento no me resultaba grata; pero además, la extensión del libro se mostraba lo suficientemente corta como para no sentir que perdería demasiado tiempo leyéndolo, en caso de que no me gusta la experiencia.

En fin, leí y quedé gustosamente encadenado a ese relato y a unas cuantas historias más que he explorado desde entonces hasta hoy. No es que actualmente sea un devorador de libros, pero “la noveleta” de Tolsti me abrió las puertas al disfrute de la lectura.

De tal modo, que si el escritor ruso a través de sus escuelas y libros pretendía en cierta medida y entre otros objetivos, promover la lectura para todos los estratos de su pueblo, pudiera considerar que indirectamente fui tocado por su desmesurado plan, con un libro que quizás ni siquiera fue elaborado para dicho propósito.

Gracias por esa Muerte León. Gracias Rodrigo por mantener y desarrollar este espacio virtual. Te mando un gran abrazo… John.
Qué lindos los motivos que reconstruyes para haberte leído "La muerte de Iván Illich". Creo que son algunos de los mejores que he visto en mucho tiempo.

Un abrazo.
commented by Anonymous rodrigo coll, abril 10, 2009 11:58 a. m.  

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