<body><script type="text/javascript"> function setAttributeOnload(object, attribute, val) { if(window.addEventListener) { window.addEventListener('load', function(){ object[attribute] = val; }, false); } else { window.attachEvent('onload', function(){ object[attribute] = val; }); } } </script> <div id="navbar-iframe-container"></div> <script type="text/javascript" src="https://apis.google.com/js/platform.js"></script> <script type="text/javascript"> gapi.load("gapi.iframes:gapi.iframes.style.bubble", function() { if (gapi.iframes && gapi.iframes.getContext) { gapi.iframes.getContext().openChild({ url: 'https://www.blogger.com/navbar.g?targetBlogID\x3d17665852\x26blogName\x3dArgon%C3%A1uticas+2.0\x26publishMode\x3dPUBLISH_MODE_BLOGSPOT\x26navbarType\x3dBLUE\x26layoutType\x3dCLASSIC\x26searchRoot\x3dhttps://argonauticas.blogspot.com/search\x26blogLocale\x3des\x26v\x3d2\x26homepageUrl\x3dhttp://argonauticas.blogspot.com/\x26vt\x3d-8179079683715883608', where: document.getElementById("navbar-iframe-container"), id: "navbar-iframe", messageHandlersFilter: gapi.iframes.CROSS_ORIGIN_IFRAMES_FILTER, messageHandlers: { 'blogger-ping': function() {} } }); } }); </script>

Argonáuticas 2.0

Detectivismo Literario

Detrás de las máscaras

martes, octubre 27, 2009



Leí El Perseguidor hace años, en unas vacaciones de agosto en las que me demoraba en recorrer una ciudad vasta y plana repleta de árboles, atardeceres incendiados, pájaros rectangulares que cada tarde lo arropaban todo con sus gritos salvajes. Apenas un tiempo atrás, Cortázar había estallado en mis manos como un taco de dinamita y yo seguía todavía el delirio de esa exploción. Había leído Rayuela, Los Premios, una buena parte de sus cuentos Completos que, poco tiempo después, Anagrama haría publicar en una edición de dos tomos con prólogo de Mario Vargas Llosa.

Ahora, leía El Perseguidor como una separata, en una edición de Alianza Cien en la que era posible encontrar pequeñas selecciones de textos de autores universales como Borges, Bioy Casares, tantos otros. Un librito mínimo, muy delgado, que llevaba conmigo a todos lados en tardes quietas y avenidas solitarias en las que se perdía, a lo lejos, la línea negra del cableado eléctrico.

Era un adolescente aturdido, pero no del todo estúpido. Conocía mínimamente a Cortázar como para comprender que la frase de un poema de Dylan Thomas, "O make me a mask" que servía de epígrafe junto a una cita del Apocalipsis, debía ser un guiño que indicaba no sólo uan condición temática en la historia de Johnny Carter, sino una propuesta estructural del mismo texto, tanto como los dos personajes centrales, Jhonny y Bruno, en realidad realizaban un evidente juego de espejos, un relato secreto en el que la supuesta estupidez de Jhonny en realidad reflejaba a Bruno, sus limitaciones, su fraude más íntimo.

Supe todo eso en silencio, sin tener a quién decírselo. Sin siquiera saber si tendría algún sentido hacerlo, pero persuadido por la íntima convicción del placer que implica todo acto de detectivismo literario.

Lo había olvidado hasta que hoy, de visita en Puente Aéreo, el blog del crítico Gustavo Faverón Patriau, acabo de descubrir la resolución de uno de los enigmas que esconde la historia. Cito completo el fascinante hallazgo de detectivismo literario que presenta Faverón:

Cuando muere, Bee, su hija, Johnny entra en una enésima depresión, y rodeado de amigos, en un menesteroso departamento parisino, elige a Bruno para decirle lo que el deceso de su hija le hace sentir:

"--Bruno, me duele aquí --ha dicho Johnny al cabo de un rato, tocándose el sitio convencional del corazón--. Bruno, ella era como una piedrecita blanca en mi mano. Y yo no soy nada más que un pobre caballo amarillo, y nadie, nadie, limpiará las lágrimas de mis ojos".
Bruno y los demás lo escuchan y parecen atribuirle a la psicosis, las drogas, la estupidez o el general deterioro psíquico la aparente banalidad de esas palabras:

"Todo esto dicho solemnemente, casi recitando, y Tica mirando a Art, y los dos haciéndose señas de indulgencia, aprovechando que Johnny tiene la cara tapada con la toalla mojada y no puede verlos. Personalmente me repugnan las frases baratas, pero todo esto que ha dicho Johnny, aparte de que me parece haberlo leído en algún sitio, me ha sonado como una máscara que se pusiera a hablar, así de hueco, así de inútil".
El lector sabe, sin embargo, que por lo común es Bruno el banal, el superficial, el falsamente inteligente, el del intelecto convencional, y que las aparentes incoherencias de Johnny, en cambio, poco o nada tienen de huecas, aun cuando él pueda parecer absorto en objetos que nadie más alcanza a percibir.

"Me parece haberlo leído en algún sitio": la frase en labios de Bruno es el disparador para que el lector sospeche que Johnny está citando un texto ajeno cuando expresa el propio dolor por la muerte de Bee. Pero, ¿cuál es el texto?

Durante años supuse que debía ser un poema de Dylan Thomas: del escritor galés son los versos que Johnny lee día y noche. Y la última frase del saxofonista, que repite el epígrafe del relato, es el inicio de otro bello (e idiosincrásico) poema de Thomas: "O make me a mask". Esa misma frase explicaría la idea que cruza por la mente de Bruno: "Me ha sonado como una máscara que se pusiera a hablar".

Nunca encontré el imaginario poema de Dylan Thomas que mencionara caballos amarillos, piedrecitas blancas y manos que enjugaran lágrimas. Esta semana, una corazonada me llevó a la solución del enigma (que no sé si otros lectores habrán solucionado antes, por cierto; seguramente sí): releí la poesía de Dylan Thomas y decidí probar suerte con la fuente del otro epígrafe de la novela, el Apocalipsis de San Juan.

Et voilà. Cito los tres versículos del Apocalipsis que son relevantes:

2:17 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.

6:8 Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra.

7:17 Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.

La piedrecita blanca del texto bíblico de San Juan es un mensaje de Dios para sus fieles que sepan vencer en la batalla contra las tinieblas. El caballo amarillo es el cuarto de los animales del apocalipsis (su jinete se llama Muerte, el infierno se abre detrás suyo). Por último, es Dios mismo quien limpia las lágrimas de la faz de los redimidos en el día del juicio.

En la versión de Johnny --que todos en torno de él consideran el balbuceo de un orate--, el mensaje divino ha muerto, el caballo apocalíptico (que es él mismo) queda suelto sobre la tierra y las almas de los redimidos no encuentran nunca la mano de una divinidad que les seque las lágrimas: han resucitado en un mundo sin Dios.


Imagen vía: traficantes.net

Etiquetas:

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 11:30 a. m. | Enlaces | 2 comentarios |

La Chambre, de Balthus (1954)

lunes, octubre 26, 2009

Hay algo fascinante y misterioso en la pintura de Balthus. Un leve gesto de horror, un principio de violencia contenida, un fantasma que susurra en secreto más allá del cristal pulido de una ventana parisina en verano, desde la que es posible ver el amarillo licuado de un atardecer.

Balthasar Klossowski, conocido como Balthus, no despeja los equívocos. No le interesa. No da un paso más allá del texto que es su pintura. En cosecuencia, nos deja en la absoluta libertad de inventar su espectro pero, sobre todo, de contemplar el fascinante universo vagamente femenino y bizarro de su obra. Como Nabokov, como Blanchot, como unos pocos más, Balthus parece habe entendido (no se sabe si con razón o no), que la persona que está detrás de la Obra importa menos por sí misma que la propia Obra. Debe ser por eso que se comenta que, ante una exposición, envió un telegrama que decía lo siguiente sobre su nota biográfica:

"NO BIOGRAPHICAL DETAILS. BEGIN: BALTHUS IS A PAINTER OF WHOM NOTHING IS KNOWN. NOW LET US LOOK AT THE PICTURES. REGARDS. B."

Por lo demás, es cierto: uno entra a sus cuadros con la sensación de que nada es conocido aunque, al mismo tiempo, hay algo en la escena que nos resulta natural, arquetípico, eterno. Como cita un artículo de 2001 aparecido en El País:

¡Ay, pero la obra de Balthus se resiste al simple vistazo distraído de quien previamente no ha amado la pintura y no se ha demorado jamás ante los grandes maestros! No se trata de que se reconozca o no las muchas huellas del pasado que fecundaron el estilo de Balthus, articulado a través de la estirpe más clásica, Giotto, Masaccio, Piero della Francesca, Rafael, Poussin, Ingres, Corot o Cézanne, con sus correspondientes contraluces naturalistas -Caravaggio, Valentin de Boulogne o Manet-, sino de, en efecto, haber dedicado el tiempo preciso a mirar. Todas estas referencias al pasado artístico, que he espigado según me venía a la memoria, no significan, sin embargo, que Balthus fuera un artista académico, tradicionalista o, como gusta decir hoy, ecléctico; por el contrario, su implicación con el arte de vanguardia del XX fue igualmente intensa. (...) Pero, cómo decirlo, era un 'independiente', voluntariamente emplazado en los márgenes de la vanguardia organizada y, por supuesto, nada 'modista', nada complaciente con el ritual de las novedades de temporada.

La Chambre (La habitación), de 1954 y perteneciente, hoy, a una colección privada, es su cuadro más citado. Es este:



Imagen vía: flickr.com

Etiquetas:

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 9:50 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

Herta Müller en Frankfurt, o la dignidad de los sobrevivientes

domingo, octubre 18, 2009



Hace años sigo la feria del libro de Frankfurt como quien ve una película dominical de censura B: sin esperar mucho. Más bien sin esperar nada, como quien se resigna a ver pasar el tiempo con la única pequeña y patética recompensa de constatar que, en efecto, el tiempo pasa. Como quien sabe que el guión, los personajes y el desenlace de la película son algo demasiado obvio, demasiado cinematográfico como para poder pensar que es algo cierto. Sabiendo que todo lo que tenga que ocurrir en ella ocurrirá con independencia del sentido común, del gusto, de la lógica más simple, pues no existe otra cosa distinta a lo que promete ser y allí, en esa sencillez, radica su belleza y su horror.

La feria del libro de Frankfurt siempre me hace pensar en eso: en una belleza y un horror lejanos, muy lejanos. Quizá la clave de ello está ya escrito en ese último filón de las utopías menores que es la Wikipedia. La presentación de la feria dice así:

(...) es la mayor feria comercial de libros del mundo. Tiene lugar cada año a mediados de octubre en Fráncfort del Meno (sic), Alemania. Representantes de compañías de publicidad y multimedia de todo el mundo acuden a esta feria para negociar derechos publicitarios así como cláusulas de licencia.

(Tomar nota de las palabras claves: mayor, comercial, compañías de publicidad, multimedia, negociar, derechos, licencias).

De una forma que imita la levedad de las cosas exquisitas, de una forma que casi podría parecer elegante, la feria del libro de Frankfurt logra convertir el comercio literario, con su lógica implacable, en algo casi tan fascinante como la literatura misma: hay revelaciones, sorpresas, cazadores de escritores que logran torcerle el brazo a la competencia, revelaciones en apariencia asombrosas de novelas que ya existen, que ya han sido escritas, que incluso podrían ser sencillamente anodinas, pero a quienes los reflectores del salón de exposición pueden convertir en éxitos comerciales leves y efervescente, como un Alka-Seltzer a las 12 del día después de una noche de excesos. A su manera, las casas comerciales logran convertir a la feria en algo parecido al suspiro agónico que precede a cada final de una novela por entregas. Un folletín con ínfulas de buen gusto conducido por millonarios.

Qué se dice, qué se omite, qué se pierde y qué se gana en la feria del libro de Frankfurt es algo que, para el lector venezolano, cada vez más aislado de la literatura del mundo, no termina por tener en la práctica casi ningún eco, casi ninguna importancia. Paso a paso, el costo de la literatura que se produce en el mundo, la ausencia de dólares preferenciales para importar esa literatura, el desgano del boliestado por apoyar la actividad intelectual que no responda a sus fines de sumisión y propaganda, amenazan con distanciarnos más y más de eso vértigo algo alocado y feliz que es leer la producción literaria más reciente.

Es precisamente por eso que existe algo patético y melancólico en seguir los acontecimientos de lo que pasa en la feria del libro de este año: es algo que nos queda demasiado lejos. Que, de entrada, ni siquiera nos pertenece. Saber, por ejemplo, que el super agente literario Andrew Wylie lanzó, con el debido efecto, una pesada piedra al río: la noticia de un supuesto libro inconcluso de Roberto Bolaño visto en la distancia es apenas una noticia falsamente alegre. El libro llegará a estas costas, sin duda, pero habrá qué preguntarse si ese destello comercial podrá acompañarse de la disponibilidad real de la obra de Bolaño. ¿Dónde se encontrará, digamos, Una novelita Lumpen? ¿A dónde habrá que ir para encontrar Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce? Este año, junto a las noticias sobre Bolaño, las estrellas han sido Ken Follett (a quien, por suerte, no tengo ningún interés especial en leer) y Haruki Murakami (a quien ahora, en efecto leo, en una cómoda versión en inglés, gracias precisamente a un regalo de O. en su último viaje de visita a Venezuela). En todo caso, se trata de dos nombres que están lo suficientemente lejos de nuestro circuito editorial para pensar que tendrá algún impacto, alguna repercusión.

Es justo en mitad de ese tedio que produce la ocurrencia de algo tan remoto, tan ajeno, que uno no puede dejar de agradecer la intervención de Herta Müller, la nueva premio Nóbel de literatura, sobre la elección de China como país invitado a la feria de este año. En una de las notas disponibles en la red se lee esta lúcida declaración:

Müller dijo que durante mucho tiempo pocos registraron el terror que emanaba de los regímenes comunista -al que ella misma se vio sometida en Rumanía- y que ahora sigue habiendo demasiadas dictaduras en el mundo que muchos prefieren ignorar.

"Piensen en China, que ahora es invitada de honor de la Feria del Libro. Piensen en el artista Ai Weiwei, que recibió una paliza brutal de la policía del régimen. Es triste que eso se acepte, se relativice y se busquen compromisos que hagan presentable a China". dijo Müller.

En otros lugares se leen estas otras ideas:

"¿Qué país es ese que no permite hablar a sus escritores de la Revolución Cultural o de la masacre de la plaza de Tiananmen?", dijo Müller.

La autora dijo que admiraba la actitud y el valor de los escritores que la recibieron en el stand, encabezados por el poeta Bei Ling. "Admiro su actitud, sé lo que arriesgan con ella y espero que algún día sean recompensados", dijo Müller.

Müller dijo que las dictaduras siempre terminan algún día porque parten de una visión ideológica del ser humano que no se corresponde con la realidad. Pero muchas veces ese proceso dura demasiado y hay muchas personas que no alcanzan a ver el fin de la opresión.

"Yo tuve la suerte de sobrevivir a una dictadura pero tengo amigos que murieron antes y eso es algo que todavía me duele. Cuando una vida humana dura menos que la de una dictadura es una vida robada por el Estado", dijo Müller.

La escritora lamentó que en China y en otros países -mencionó a Cuba e Irán- el fin de las dictaduras no parezca cercano.

Ignoro los motivos que ha tenido la Academia Sueca para premiar a Herta Müller. Pueden ser acertados o desacertados, cosa que después de todo poco importa: la Academia no está allí para hacer el bien o proteger la verdad, sino para dar un premio según sus criterios, políticas y visiones de la realidad, para prueba, el premio de la paz al presidente de la nación más armada del mundo (o, más remotamente, el curioso premio de literatura a Wiston Churchill). Hasta hace apenas una semana jamás había escuchado su nombre. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que la actitud decidida que ha asumido durante la feria de este año, en oposición al silencio cómplice de tantos otros autores, agentes y editoriales, me resulta absolutamente lógica para una persona de quien, se dice, ha construido toda su obra literaria en torno al horror del autoritarismo. Allí, confundida entre cientos de cabezas, de vasos cartón, de cientos de metros de alfombras verdes y bolsas de plástico y módulos de comida rápida, la señora Herta Müller nos ha regalado esta semana ese gesto diminuto y total que más allá de la mera acción política, el ditirambo o el activismo. En lugar de hacer lo obvio: acompañar las comparsas que durante semanas han colocado a China y su régimen de terror, en el centro del apetito editorial (¿cuánto se puede ganar en ese mercado vasto y populoso?), en lugar de esa fácil solución a la que apuestan los estúpidos a la manera de Oliver Stone, y que consiste en apoyar los extremos patéticos que adversan a los patéticos sistema de control que rigen a Occidente, ignorando que al hacerlo lo único que en realidad se apoya son las versiones recalentadas del control y el horror.

En fin, en lugar de asumir esa pseudopose del intelectual de principios de siglo XXI que duerme con la conciencia tranquila pues captó la obvia supremacia unipolar de los grandes capitalismos de Occidente, pero quien es funcionalmente incapaz de comprender que los regímenes que le adversan lo hacen por motivos políticos y no éticos, y que en la lógica voraz de su funcinamiento son tan o más patéticos que aquello que critian, en lugar de todo eso, en lugar de toda esa simplicidad y ese horror, entonces aparecen autores como Herta Müller, quienes optan por un gesto que restituye si quiera un poco la alta dignidad imaginativa y humana de ese oficio que, a falta de otro nombre para la venta y el negocio y el comercio, solemos llamar literatura.

Ese gesto de Herta Müller, llamando la atención sobre las atrocidades del país invitado es una gesto pequeño, decisivo, eterno: pone a las personas y a sus derechos por encima de los gobiernos. Asume que la notoriedad literaria, cuando es bien ganada, es siempre una ventana para recordar la importancia de los discursos disidentes. Sugiere, un poco en el fondo, que al margen de la calidad de su obra, un escritor, una escritora, puede ser siempre algo más que un nuevo ídolo para la adoración de los imbéciles.

Imagen vía: la tercera

Etiquetas:

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 9:25 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

La niña argonáutica con caballito y papá al fondo (2)

viernes, octubre 16, 2009



Imagen: (c) Efren Hernández, Junio, 2009.

Etiquetas:

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 9:59 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |

1010: O los logros son números pares

miércoles, octubre 07, 2009


Ficción Breve Venezolana y Panfletonegro llegan a los 10 años. En el tiempo vertiginosos de los espacios web esa década debería computarse, en realidad, con una cronología que va más allá del cuarto de siglo. Si no más.

Son 10 años que, además, apuntan a una idea crucial: la existencia de dos lugares dentro de nuestra comunidad literaria que, dentro de sus estilos y perspectivas, generar un espacio de lectura y exposición para aquello que nos ocurre, para aquello que vamos siendo como narración.

No existe y no existirá jamás una literatura sin eco. No existe tal cosa como un buen momento editorial sin que, al mismo tiempo, tal fenómeno no genere una réplica de discursos, sugerencias, posibilidades, aportes y distorsiones.

Así como la crítica es la consecuencia imprescindible a la escritura, la existencia de Ficción Breve y panfletonegro nos recuerda otro imprescindible: los espacios que hacen registro y memoria de la literatura.

Hay muchos motivos para celebrar por eso. En mi caso, uno no menos importante es el hecho de que tras ambos portales están algunos de mis más queridos amigos y amigas.

Esta es la nota de prensa:

Los portales literarios panfletonegro y Ficción Breve Venezolana cumplen, este año, una década de existencia.

Para celebrarlo, han organizado un grupo de conversaciones con algunas de las personas que más han contribuido al fomento y la difusión de la creación literaria en formatos digitales en Venezuela.

Se trata de un encuentro que permitirá construir una retrospectiva, así como indagar en torno a las tendencias del sector en los años venideros.

7, 8, 9 y 10 de Octubre de 2009. A las 7 PM en el Centro Cultural Chacao

Ponentes:
-Iria Puyosa
-Luis Yslas
-Leo Felipe Campos
-Ángel Alayón
-Mario Morenza
-José Antonio Parra
-Kira Kariakin
-Willy McKey
-Susana Sussmann
-José Urriola
-Jesús Nieves Montero
-Roger Michelena
-Jorge Gómez Jiménez

Eventos adicionales:
Viernes 9/10: Veredicto Primer Concurso de Microcuentos en Twitter (@1cmct)
Sábado 10/10: Entrega del Premio de la Crítica a la novela del 2008 a Norberto José Olivar, por su novela Un vampiro en Maracaibo.

Etiquetas:

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 1:00 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |

More Moore, otra vez

sábado, octubre 03, 2009


Ya se sabe que la exquisita Lorrie Morre tiene una nueva novela: A Gate at the Stairs.

Dando vueltas por ahí me acabo de encontrar con un podcast del blog del New York Times en el que Lorrie Moore conversa sobre ese nuevo libro. Para verlo, sólo hace falta pulsar aquí.

Imagen vía:Guardian

Etiquetas:

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 10:30 a. m. | Enlaces | 0 comentarios |

El preciso arte de Stephen Shore (1)

jueves, octubre 01, 2009



Autor: Stephen Shore.
Vía: gemmalou75

Etiquetas:

Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 9:31 p. m. | Enlaces | 0 comentarios |