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Argonáuticas 2.0

Detectivismo Literario

Lhasa de Sela

sábado, septiembre 04, 2010



Me habían hablado sobre Lhasa de Sela desde hacía algún tiempo. Alguna vez, recuerdo, intenté conseguir algo de ella en la red, pero supongo que debí trastocar la ortografía de su nombre (¿cómo saber que era Lhasa, como la remota capital del Tíbet que su madre descubrió en el libro de los muertos cuando ella era, aún, una recién nacida, y no Lasha, como equivocadamente creí entender cuando escuché por primera vez el enigma de su nombre en una ciudad llena de cornetas y rugidos?).

En enero, en los primeros días de enero de este año, recibí como un generoso regalo de año nuevo, un CD con algunas de sus canciones tristes, melancólicas, profundas. Lo escuché en silencio, en la cocina de mi casa, el primer viernes por la noche del año que recién comenzaba, recordando a mi padre muerto, pensando que ese era el inicio del primer año que él no vería nunca más, recordando el vuelo de sus cenizas en el viento de los páramos venezolanos hasta donde fuimos mi esposa, mi hija y yo, recordando la luz del sol de épocas antiguas, recordando tantas otras cosas que también se fueron para siempre y que, sin embargo, seguirán siendo mis vagas pertenencias.

Unos pocos días después de ese enero frío y ya cada vez más lejano, sentado frente a un whisky, algunos meses antes de comenzar a rodar sobre la superficie del planeta, mi compadre Daniel Pratt me dijo (en un instante en el que reparó que era su voz lo que sonaba triste y hermosamente como música de fondo a la conversación de esa reunión de pocos amigos), que Lhasa de Sela recién acababa de morir. O, al menos, eso creía. Era tarde, llevábamos algunos whiskys. Tropezamos con un problema inexpugnable: teníamos la confusión sobre cuál era su origen (a mi me parecía que las erres arrastradas de su acento delataba un origen sureño. El Pratt, por su parte, pensaba que era de origen cubano). Esa confusión geográfica no nos permitía decidir si en realidad estábamos hablando de la misma persona y si, en consecuencia, era o no ella quien había muerto. Pensé romántica, ingenuamente, que si era ella quien había muerto, y yo lo ignoraba, entonces ella permanecería un poco viva en el sonido de ese CD por el tiempo en que pudiese sostener esa fantasía. Pensé que, si no era cierto, si estaba viva, entonces descubrir la noticia, después, sería un alivio.

Tuve esa idea justo en el momento en que revisaba el estatus de los post que permanecían como borradores en estas Argonáuticas, de modo que me pareció natural apuntarla en un borrador y dejarla allí abandonada.

No hubiese vuelto a pensar en ello a no ser que, de pronto, justo hace unos días me encontré con ella y tuve, de pronto, el valor para buscar un poco más de información sobre Lhasa de Sela. Al aparecer los resultados del buscador ocurrió lo obvio: los enlaces más recientes revelaban que era ella, en efecto, quien murió este primero de enero de 2010, a la edad de 37 años, después de perderle la pelea al cáncer. En mi mente, sobrevivió poco más de ocho meses. Sobrevive un poco todavía, de hecho, mientras afuera, en esta tarde escapada, la noche ha caído ya con aparatoso silencio.


Imagen vía: montrealmirror.com

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Por P. E. Rodríguez/R.Coll, 6:32 p. m.

4 Comments:

Gringa criada en México y finalmente québécois, imagínate...

Más que obvio: recuerdo esa conversación como si hubiese sido un sueño hace años.

Un abrazo.

http://www.myspace.com/lhasadeselamusic
Sí, nos pelamos por todos lados.

Es posible que la recuerdes como un sueño, pues la verdad es que ya era bastante tarde cuando estuvimos hablando de eso.

Abrazo de vuelta, panita.
commented by Anonymous P. E. Rodríguez, septiembre 05, 2010 6:58 p. m.  
Qué voz la de esa mujer y qué corta la vida...Gracias por traerla hasta mí.

Un abrazo!

Ophir
Así es, Ophir. Hermosa y breve. Qué bueno que este post ha servido para que te acerques a ella. Un abrazo por allá!

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